A LA LEY Y AL TESTIMONIO

Juan Bta. García Serna

Una recopilación de un artículo leído y que me ha parecido de interés subir al Blog; no porque tenga “tintes” apologéticos, sino porque a través de años leyendo la Biblia y observando el entorno sociológico religioso cultural, he creído conveniente copiarlo y darlo a conocer, ya que hay muchas personas de buena fe que están convencidas de que las imágenes y el culto a las mismas es aprobado por las Sagradas Escrituras, y claro, muy lejos de la verdad. Así que copio, de manera literal, lo que el escritor señala al respecto, y el lector  haga su libre juicio personal. 

(“El culto de las imágenes”)

“Uno de los puntos más vulnerables que tiene Roma es la doctrina y práctica del culto a las imágenes.

I. La práctica. El autor de estas líneas coincidió en un viaje con un sacerdote romano en el departamento de un tren, y pudo escuchar la defensa que dicho sacerdote hacía sobre la falsa – decía él – inculpación de idolatría que las iglesias protestantes suelen hacer a los católicos, porque éstos tienen imágenes en sus templos. Es un error – agregaba – suponer que nosotros adoramos a las imágenes, y los protestantes que nos tildan de idolatría no sabe lo que dicen.

Pero más tarde tuvimos ocasión de presenciar en el primer templo de la capital de nuestra residencia una ceremonia religiosa, dirigida por el prelado de la archidiócesis. Al terminar la función fue anunciado por el mismo prelado que ahora deberían ir los fieles a la capilla – que él nombró- para adorar la imagen del Niño Jesús. Permanecimos allí, y, en efecto, hubo no sólo inclinaciones de cabeza, sino que los fieles se arrodillaron, se persignaron, en fin, pude presenciar en la capilla, delante de la imagen ya dicha, todos los efectos exteriores de un servicio de culto y adoración.

A nosotros nos costaba trabajo armonizar en nuestra mente la práctica de lo que estábamos viendo con las palabras del sacerdote, que fue nuestro compañero en el tren, de que los católicos no dan culto a las imágenes, pues en aquel templo catedrático se desmentía la afirmación del cura. Pero, ¿qué sucede cuando mira uno a los altares de los demás templos romanos? Todos están llenos de imágenes, rodeadas éstas de toda clase de objetos que implican homenaje y adoración. Y cuando luego observa uno a los devotos de estas imágenes, que vienen ante ellas para arrodillarse, para contemplarlas con fervor, para suplicarles, ofrecerles velas, entonces no sabe uno a que atenerse si eso no es idolatría, es que la palabra habrá perdido ya su significado clásico en nuestro idioma. Pero aún puede ser reforzado más este hecho si contemplamos las procesiones de nuestros pueblos, en los días de los santos patrones. ¿Qué aquellas manifestaciones y rogativas e incienso, no son adoración? Pues, francamente, es una manera un tanto difícil de querer convencer a uno de que lo ve negro sea blanco.

II. Doctrina de Roma. El artículo VIII del Credo del Papa Pío IV obliga a los fieles de Roma a creer lo que sigue: - “Sostengo firmemente que las imágenes de Cristo, de la Madre de Dios, siempre Virgen, y también de otros santos, se pueden tener y conservar, y que debe dárseles debida veneración y honra”.

El Concilio de Trento, en su sesión XXV disponen que las imágenes de Cristo, de la Virgen y de otros santos debe ser tenidas y conservadas en las iglesias, y a las cuales debe dársele el debido honor y veneración. Como este honor ha quedado a arbitrio de los prelados y sacerdotes, da por resultado que hay deferencias y curiosas opiniones entre ellos en cuanto a la forma de rendirlo.

El Cardenal Belarmino, por ejemplo, admite “que el mismo honor se debe a la imagen que al ejemplar; de aquí es que la imagen de Cristo debe ser adorada con el culto de latría, la imagen de la bienaventurada Virgen con el culto de hiperdulía, y las imágenes de los demás santos con el culto de Dulía”. En apoyo de esta opinión cita a Tomás de Aquino, al cardenal Cayetano, a S. Buenaventura, y otros (“Sagradas Imágenes” Cap. XX. Ed. Pág.1721)

El “Pontificado Romano” (Pág.468, Ed. I. Romano 1818) ordena que la cruz de legado del Papa se debe llevar en la mano derecha, porque se le debe culto de latría, el mismo, aclaramos, que, dicen los romanistas, se debe tributar a Dios. La opinión de Santo Tomás de Aquino mismo – que ayudó a Belarmino para sustentar la suya – es muy sustanciosa. Hela aquí: “Como Cristo mismo es adorado con honor divino, se sigue que su imagen debe ser adorada con honor divino. Ofrecemos la suprema adoración de latría a aquel Ser en quien colocamos nuestra esperanza de salvación en la cruz de Cristo, porque canta la Iglesia: “Salve, o Cruz, nuestra única esperanza en este tiempo de pasión; aumenta gracia al piadoso y concede perdón al culpable”.  Tomás de Aquino, la Cruz de Cristo debe ser adorada con la suprema adoración de latría”. De modo, pues, que hay una muy autorizada corriente de opinión dentro de Roma que afirma que a las imágenes se les debe dar el mismo honor y culto que al original que representan.

Es verdad que el mencionado Concilio de Trento declara en la antedicha sesión: “Nosotros adoramos a Cristo y veneramos a los santos, a quienes estas imágenes representan, cuando las besamos y nos descubrimos en presencia de ellas, y nos hincamos de rodillas”. Esto es sin duda, lo que ha dado lugar a que se forme la otra corriente de opinión dentro de Roma sobre lo que llaman el culto relativo, que es una manera sutil de pretender negar un hecho.

No adoramos – dicen – a la imagen, sino al original que representa, aunque lo hacemos por medio de la imagen. Bien, el argumento es el mismo que empleaban los paganos cuando los cristianos primitivos les hacían notar el culto idolátrico que tributaban a las imágenes de sus dioses. Y vamos a tomar prestadas palabras de unos pocos grandes hombres de la Iglesia antigua, que, desde luego, no pensaran los de Roma que eran protestantes.

Arnobio, del siglo III, dice: “Decís, se refiere a los paganos: Adoramos los dioses por las imágenes: ¿Cómo, pues? ¿Si estas imágenes no existieran, no conocerían acoso los dioses que eran adorados? ¿No se a percibirían del honor que les tributáis? ¿Puede haber cosa más injusta, irrespetuosa y cruel que reconocer a uno como Dios y ofrecer súplicas a otra cosa? ¿Esperar la ayuda de un Ser divino y orar a una imagen que no tiene sentido?

Orígenes del siglo III, contra Celso, dice: “¿Qué persona sensata no se reirá de un hombre que, mira a las imágenes y les ofrece su oración, o contemplándolas se dirige al ser contemplado en su mente, a quien él se imagina que debe ascender del objeto visible, que es el símbolo de aquel?”.

San Ambrosio, obispo de Milán, del siglo IV, hablando sobre el valor exterior del oro y demás metales que usaban los paganos en sus imágenes y del culto relativo que ellos les daban, dice: “las palabras que ellos pronuncian son ricas y grandes; las cosas que ellos defienden, totalmente desposeídas de verdad, ellos hablan de Dios y adoran una imagen”.

Finalmente, leamos las palabras de San Agustín, que también discute contra la manera sofística de argumentar que tenían los paganos con relación al culto que daban a sus imágenes. Dice este famoso Padre de la Iglesia: “Pero a estas personas les parece que pertenecen a una religión más purificada, y dicen: “Yo no adoro una imagen, ni a un difunto, sino que considero la figura corporal como la representación de aquel ser a quien debo adorar”. Y cuando, además, se trata de estrechar a los más ilustres gentiles sobre el hecho de que adoran los cuerpos, ellos son bastante atrevidos para responder que no adoran las imágenes mismas, sino las divinidades que los presiden y gobiernan”.

Creemos que con lo anteriormente expuesto podrá el lector atento sacar suficiente elemento de juicio para comprender la falacia de eso de culto relativo y de que no es idolatría porque no se adora a la imagen, sino al original que representa.

III. Buscando argumentos. En esta cuestión, como en otras muchas más, ha seguido Roma la misma trayectoria. El error fue desarrollándose paulatinamente en el transcurso de los siglos, y cuando hubo que enfrentarse con una crítica bíblica depurativa, echó mano Roma de aquellos textos que creyó poder usar como fundamento, torciendo, naturalmente su significado, como dice Pedro (2ª Pedro 3:16), para perdición de sí misma.

Es notable – apunta un escritor – que la Iglesia de Roma quiere derivar toda la fuerza de su argumentación para probar la licitud del culto a las imágenes del Antiguo Testamento, cuando es ahí precisamente donde con más energía se condena esta práctica. Así, por ejemplo, alude Roma a los dos querubines de oro que el Señor mando hacer a Moisés para colocarlos sobre el propiciatorio (Éx.25:18); a la serpiente de metal que hizo Moisés para que mirasen a ella los israelitas mordidos por aquellas otras venenosas (Núm.21:8,9); a los querubines esculpidos en las paredes del templo (1ª Reyes 6:20); al mar de fundición asentado sobre doce bueyes, a los leones (1ª Reyes7:23-29)

Ahora bien, ninguna de las figuras simbólicas que fueron grabadas en el templo estuvieron puestas en altares especiales como para recibir honor o culto de ninguna clase, ni mucho menos fueron sacadas en procesión jamás para que el pueblo les rindiera pleitesía. Se ha argumentado no sin razón, que el rey Jeroboam tomó inspiración de los bueyes del templo para construir los dos becerros de oro que puso en Bethel y en Dan, deseando atraer a los santuarios al pueblo; pero la Palabra Santa nos dice que “esto fue causa de pecado” (1ª Reyes 12:30)

Por lo que respecta a la serpiente de metal – que fue un símbolo de Cristo mismo -, debe tenerse en cuenta que por haber sido adorada y habérsele quemado perfume fue hecha pedazos por el rey Ezequías, el cual rey quebró las otras imágenes, haciendo desaparecer todo vestigio de idolatría, por lo cual es alabado (2ª Reyes 18:4)

Todavía se atreven los defensores del culto a las imágenes a citar el versículo 5 del Salmo 99 (en la Vulgata, el 98); pero rogamos al lector que lea dicho Salmo y vea por su propio juicio y razón, si en ese trozo del Libro Sagrado se alude para algo al deber de dar culto y honor a ninguna estatua o imagen.

IV. Argumentos contra el culto de las imágenes. Diríamos que la antigüedad cristiana entera y la voluntad plena de Dios expresada en su Santo Libro. Para probar lo primero, basta la opinión de los Padres que hemos transcrito en el número II y el canon del Concilio de Elvira (Granada), celebrado por el año 305, que hemos citado también al principio, y que puesto en castellano dice que agradó al Concilio o creyó conveniente el Concilio decretar que “las pinturas no deben estar en la Iglesia, porque lo que se reverencia o adorna no se pinte en las paredes”.

Para probar lo segundo veamos unos pocos pasajes de la Palabra de Dios. El segundo mandamiento, que Roma no enseña a sus fieles, dice: “No te harás imagen ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinaras a ellas ni las honrarás” (Éx.20:4-6). En el libro de Deuteronomio, en el capítulo 27, se manda al pueblo la impetración de algunas maldiciones sobre pecados nefandos, tales como deshonrar a los padres, reducir el término del prójimo, hacer errar al ciego en camino, incesto, adulterio, traición; y al lado de todos esos pecados se pone también una maldición para el que haga esculturas o imágenes de fundición y las pusiere en secreto (véase 15). El capítulo 44 de Isaías es un pasaje muy interesante sobre el tema que nos ocupa. En el capítulo 42, versículo 8, escribe Isaías: “Yo Jehová. Este es mi nombre, y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas”. En fin, en Deuteronomio 16:22, el mandamiento es expreso: “Ni te levantaras estatúa lo cual aborrece Jehová tu Dios”.

He aquí, pues amado lector, explicado el que por qué las iglesias evangélicas no admiten el culto y honor de las imágenes, porque quieren cumplir la voluntad de Dios, que desea ser adorado en espíritu y en verdad y busca tales adoradores que adoren así”.

S.M.M.

De “La carta Circular” (en la revista: “El Eco de la Verdad” 1952)

"¿De qué sirve la escultura que esculpió el que la hizo? ¿la estatua de fundición que enseña mentira, para que haciendo imágenes confíe el hacedor en su obra? ¡Ay del que dice al palo: Despiértate; y a la piedra muda.: Levántate! ¡Podrá él enseñar? He aquí está cubierto de oro y plata, y no hay espíritu dentro de él" (Hab.2:18 y 19) "Los ídolos de las naciones son plata y oro, obra de manos de hombres. Tienen boca, y no hablan; tienen ojos, y no ven; tienen orejas, y no oyen; tampoco hay aliento en sus bocas. Semejantes a ellos son los que los hacen, y todos los que en ellos confían" (Sal.135:15 al 18)

 

 

 

 

 

 

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