LA BREVEDAD DE LA VIDA (II)

 LA IMPORTANCIA DE LA ETERNIDAD

Aun cuando no sepamos definir propiamente la eternidad, el concepto adquiere dimensiones amplias cuando lo contraponemos al límite reducido de lo temporal. Colocados frente a la brevedad de la vida terrena, la eternidad en el más allá es de una importancia decisiva.

CONCEPTO HUMANO

En palabras humanas la eternidad es tan inexplicable como el origen de Dios. Cuando encontramos por primera vez a Dios le vemos trabajando, dando principio al proceso de la creación. ¿De dónde salió? ¿Desde cuando existió? ¿Quién o qué había antes de Dios? La razón, ahora, no tiene respuesta para estas preguntas. La fe tampoco, pero la fe no las necesita. “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no veía” (Heb.11:3). Esto basta para el creyente. Ese Dios que en un momento determinado se puso a dar vida al universo existía desde la eternidad, en la eternidad, y vivirá por la eternidad. No ha tenido principio, no tendrá fin. No es hijo del tiempo, es parte de la eternidad misma. Para quien se vale más que del cerebro, dicen muy poco estas declaraciones sobre la eternidad. Pero no hay otras. No hay más. Un escritor de la Edad Media, en un intento por aclarar un poco a la mente humana lo que es la eternidad, pidió que imaginásemos una montaña de arena llegando desde la tierra hasta el cielo, y a un ángel rescatando un granito de arena cada mil años. Llegaría un día en que la montaña de arena desaparecería, pero la eternidad aún continuaría existiendo, porque no conoce fin.

CONCEPTO DIVINO

En el concepto de la Biblia – que es la Palabra de Dios -, la eternidad no es una abstracción, sino el lugar concreto donde el Padre ha tenido, desde siempre, su morada, y donde residen los seres celestiales y los humanos que han pasado de este mundo al otro.  El Salmo que estamos comentando se refiere a la eternidad de Dios en sus dos primeros versículos, que se leen así: “Señor, tú nos ha sido refugio de generación en generación. Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios”. En la expresión “desde el siglo y hasta el siglo”, está contendida la eternidad de la divinidad. Esos siglos que enlazan la eternidad de extremo a extremo forman la morada de Dios. No son siglos como los que nosotros conocemos, no son períodos de cien años; indican tiempos indeterminados, remotos, oscuros, que abarcan tanto el pasado y el presente como el porvenir.

En nuestro concepto humano, el tiempo se mueve entre los dos extremos que van del principio al fin del mundo. Nos resulta difícil concebir y expresar la eternidad cuando ésta supera nuestros cuadros imaginativos. A falta de un término concreto, la enseñanza de la Biblia es siempre por comparación: la eternidad se halla íntimamente relacionada con la existencia de Dios. Sólo contemplándola desde esta perspectiva, la mente finita del hombre puede penetrar el misterio de la eternidad y comprenderlo en parte. El mundo en el que Dios se mueve es la eternidad, porque Dios es eterno. No es de ayer, ni de mañana, sino de siempre. Así lo expresan los autores bíblicos. He aquí algunos ejemplos:

Isaías 40:28: “¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance”. Salmo 102:26: “Ellos perecerán, mas tú permanecerás; y todos ellos, como una vestidura, se envejecerán; como un vestido los mudarás, y serán mudados; pero tú eres el mismo, y tus años no se acabarán”. Pablo ensalza esta inmortalidad divina en un texto importante en el que llama a Dios “Rey de los siglos, inmortal, invisible” (1ª de Timoteo 1:17). La referencia es al Dios Hijo, pero en la mente del apóstol la dignidad de Cristo estaba suficientemente probada. Y no pecaba de hereje, porque el mismo Jesús hace referencia a su divina inmortalidad en la conocida oración que registra Juan: “Glorifícame – pedía el Hijo al Padre – con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:5)

VIDA EN LA ETERNIDAD

La eternidad es un océano inmenso cuyo fondo no puede hallarse jamás. Una realidad en la que se hunde todo el saber humano, porque hablará de ella sin comprenderla. Con todo, es una realidad. Si la eternidad no existiera, esos 55 años de vida terrena de que hemos hablado, o esos 80, o 100, serían la mentira mayor de la vida. Pero la eternidad existe. Los años que pasamos aquí no son más que un plazo breve en el tiempo sin fin de la eternidad. El hombre no está hecho para lo temporal, sino para lo eterno. La tierra es como la antesala de un hospital. Aquí nos preparamos para la operación que en cada uno de nosotros ha de hacer el Gran Cirujano. En la eternidad ocuparemos el lugar que desde aquí hayamos elegido nosotros mismos. Allí, “los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan a justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad” (Dn.12:3). En cambio, “los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre” (Ap.21:8)

Estos son los dos únicos destinos que hay en la eternidad. Los dos únicos lugares. Uno, de salvación, y otro, de eterna condenación. El primero resulta agradable. El segundo horroriza, y la intención humana es de rechazarlo con instintiva violencia. Pero ahí están los dos, en las páginas divinas de la Biblia. Si este segundo lugar es una mentira, todo es mentira en la Biblia. Tienen, además, el apoyo de Cristo, el carácter más perfecto de toda la Biblia. Hablando acerca del desino de los incrédulos y de los creyentes en la eternidad, dijo: “Irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Mt.25:46)

La brevedad de la vida debe hacernos pensar seriamente en la importancia de la eternidad. Porque allí no habrá cambios. Cuando la persona exhala aquí su último suspiro y entrega el alma a Dios, penetra en una eternidad de la cual jamás podrá salir. En el lugar de condenación, el sufrimiento será el mismo el primer día y por toda la eternidad. En el paraíso de felicidad, el gozo del primer momento permanecerá eternamente. Por tanto, como recomienda sensatamente el profeta: “Prepárate para venir al encuentro de tu Dios” (Amós 4:12)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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