LA BREVEDAD DE LA VIDA (I)
Juan de RABAT
“Restauración”. 1971
SALMO 90
El autor de este salmo usa varias figuras para darnos a conocer la brevedad de la vida. Son figuras muy acertadas y de un claro significado espiritual.
COMO UN DÍA
“Mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que
pasó” (v.4)
No hay ser humano que viva mil años en la tierra. El hombre
que más ha vivido fue Matusalén, de quien dice la Biblia que vivió novecientos
sesenta y nueve años. Cuando hoy llegamos a los noventa o cien años
consideramos que hemos vivido mucho y el mundo nos admira. Ello es porque
medimos la vida con la medida del tiempo. La miramos con ojos humanos. La
juzgamos con mente de hombre. A la luz de Dios, que tiene otra forma de
concebir el tiempo, aun cuando viviéramos mil años toda sería la nuestra una
vida muy breve. Sería como las veinticuatro horas de un día completo. Porque
Dios se mueve en la inmensidad de la eternidad.
COMO UNA DE LAS VIGILIAS DE LA NOCHE (v.4)
Al salmista le parece demasiado comparar la vida humana a un
día de veinticuatro horas y reduce aún más la figura. Dice que la vida es “como
una de las vigilias de la noche”.
La noche tiene cuatro vigilias de tres horas de duración cada
una. Según esto, la vida humana, con toda su grandeza, a los ojos de Dios
equivale a ciento ochenta minutos de nuestro reloj. Tres horas nocturnas. Tres
horas de tinieblas, no de luz ni de día. Tres horas oscuras perdidas en la
grandeza de un universo que no cesa de moverse. Abundando en esta misma idea de
oscuridad, Salomón dice que nuestra vida pasa “como una sombra” (Ecl.6:12). Una
sobra de negruras y sinsabores.
COMO TORRENTES DE AGUAS (v.5)
Otra versión dice “como avenidas de aguas”. La idea es la misma. Sugiere la precipitación, la rapidez, la fugacidad. “Mis días fueron más veloces que la lanzadera del tejedor”, se quejaba Job (Job 7:6). Pasamos por la vida “como un torrente de aguas”. Estas mismas figuras inspiraron a Jorque Manrique sus famosas “Coplas”, que compuso a la muerte de su padre. Nuestras vidas – dice el poeta- son los ríos, que van a dar al mar, que es el morir.
COMO SUEÑO (v.5)
Nada hay tan irreal y tan fantástico como el sueño. En esa
inconsciencia del dormir vivimos las más grandes aventuras sin movernos para
nada de la cama. Unas veces nos invaden pesadillas tétricas, horrorosas,
espeluznantes. Otras disfrutamos los placeres más refinados; pero siempre en
sueños. Siempre en un mundo irreal. En un espacio brevísimo de tiempo. Así, de
breve y de irreal, dice el salmista que es nuestra vida. También lo dijo
Calderón, rimando las palabras:
¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, el
mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.
Platón escribió que la vida es sueño de gente despierta. Pero
a San Juan Crisóstomo pareció esto demasiado y lo corrigió diciendo que no, que
la vida no es sueño de gente despierta, sino de gente dormida, porque el tiempo
aquí es tan corto que cuando despertemos ha llegado la hora de la partida.
COMO LA HIERBA (v.6)
“Como la hierba que crece en la mañana. En la mañana florece
y crece; a la tarde es cortada y se seca”. Homero comparó la vida humana a las
hojas de un árbol, que, cuando más, duran un verano. Pero el salmista prefiere
reducir la proporción y dice que la vida dura lo que dura la hierba del campo.
Permanece fresca mientras la baña el rocío de la mañana, pero en cuanto
acarician los rayos del sol, se seca. Job emplea la misma imagen con idéntico
propósito: “El hombre nacido de mujer, corto de días y hastiado de sinsabores.
Sale como una flor y es cortado, y huye como la sombra y no permanece” (Job
14:1.2)
También Isaías se vale del mismo símil. La vida es tan
desesperadamente breve, que Dios ordena al profeta gritar al pueblo esta
verdad: “Voz que decía: Da voces. Y yo respondí: ¿Qué tengo que decir a voces?
Que toda carne es hierba, y toda su gloria como flor del campo. La hierba se
seca y la flor se marchita porque el viento de Jehová sopló en ella;
ciertamente como hierba es el pueblo” (Is.40:6-7). En el texto de Isaías se
menciona, además de la vida humana, la gloria efímera que a veces suele adornar
esta vida. El hombre es poca cosa, pero menos aún es su gloria, la gloria
terrena. El libro de Daniel nos habla de
una gigantesca estatua que vio en sueños el Rey Nabucodonosor, de Babilonia. La
cabeza era de oro; su pecho y brazos, de plata; su vientre y muslos, de bronce;
sus piernas, de hierro; sus pies, en parte de hierro y en parte de barro
cocido. La estatua, “cuya gloria era muy sublime”, apareció, en pie, delante
del rey. Estaba Nabucodonosor contemplándola cuando vio una piedra que, rodando
montaña abajo, dio a la estatua en los pies, la derribó y la desmenuzó. Así de
efímera es la gloria del hombre y el hombre mismo. Su grandeza se derrumba en
el momento menos esperado y por los más triviales motivos.
COMO UN PENSAMIENTO (v.9)
No cabe figura mejor para darnos a entender la brevedad de la
vida. La rapidez del pensamiento permite que recorramos el mundo en un segundo,
viajando en alas de la imaginación por las apartadas regiones. Decir que
acabamos los años como un pensamiento es decir que la vida humana, vista desde
arriba, no dura más que segundos. El nacer, vivir y morir son tres episodios de
duración limitada, aunque nosotros hablemos de ellos como de “toda una vida”.
Entre la cuna y la tumba no ha más que un instante de tiempo, viéndolo como lo
ve Dios.
Nuestra vida, dice el apóstol Santiago, “es neblina que se
aparece por un poco de tiempo y luego desaparece” (Stg.4:14). Antes de que
Macbeth deje su cabeza en la espada de Macduff, en la escena final de la obra,
el héroe de Shakespeare se lamenta sobre la brevedad de la vida con palabras
que parecen tomadas de la Biblia misma. Escuchémosle: “El mañana y el mañana y
el mañana avanzan en pequeños pasos, hasta la última sílaba del tiempo
recordable, y todos nuestros ayeres han alumbrado a los locos el camino hacia
el polvo de la muerte. ¡Extínguete, extínguete, fugaz antorcha! La vida no es
más que una sombra que pasa, un pobre cómico que se pavonea y agita una hora
sobre la cena y después no se le oye más; un cuento narrado por un idiota con
gran aparato y que nada significa”.
LOS DÍAS REALES (v.10)
“Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más
robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo”. Las
imágenes usadas aquí por el salmista reflejan muy bien el carácter efímero de
la vida humana. Para nosotros, que medimos el tiempo por este aparatito
mecánico que llevamos en la muñeca, una vida es algo grande. Tan grande que hay
miles de seres cada año que deciden cortarla bruscamente porque nunca le ven le
fin. Para Dios, sim embargo, ese período de tiempo al que llamamos vida no es
más que una ilusión.
De las imágenes, el salmista pasa en breve pasaje a los
números concretos. Con las figuras ha querido darnos a entender lo realmente
breve que resulta la vida del hombre sobre la tierra. Pero el lenguaje
metafórico no siempre resulta comprensible a todas las mentes. De ahí el que se
decida ahora por las realidades concretas. Hablando al hombre en su propio
idioma le dice el término medio de la vida humana, contando los años como los
contamos en la tierra, oscila entre los setenta y los ochenta. Y no se puede decir
que el autor bíblico ante descaminado. Esto, que fue escrito hace unos tres mil
años y que era verdad para el hombre de entonces, sigue siendo verdad para el
hombre de ahora. Vivimos entre setenta y ochenta años. Hay quienes llegan a
cien, y unos pocos pasan del siglo; pero esas son las excepciones. La norma es
la que señala la Biblia: de setenta a ochenta años.
Con todo, ¿Puede decirse realmente que vivimos todos y cada
uno de esos años? A los ochenta yo quitaría quince que, aunque existimos,
prácticamente no vivimos. Es a los quince años cuando empezamos, se puede decir
a tener conciencia de la vida. André Frossard dice que el muchacho “empieza a
tomar posesión de sí mismo y a instalarse en sus ideas” cuando ha cumplido los
veinte años y siente acercase su mayoría de edad. Si a los ochenta quitamos quince nos quedan
sesenta y cinco. Y de éstos hay suprimir otros diez, pues pasados los setenta,
aunque continuamos viviendo, no es mucha la actividad que podemos desarrollar y
muy poco el placer que sacamos a la vida. Conforme a nuestros cálculos, vivir
de verdad, vida consciente y activa, sólo tenemos unos cincuenta y cinco años.
¿Y qué es este tiempo brevísimo espacio de tiempo comparado con la eternidad? ¿Es
o no es extremadamente breve nuestra vida en la tierra?
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