LA PLENITUD DEL ESPÍRITU SANTO
Por Timoteo GLASSCOCK
“E.C”. año 1975
DIOS EN NOSOTROS
“Se ha dicho, con mucha razón, que en las palabras del
Bautista acerca de Jesús vemos expuestas las dos facetas principales de la obra
del Mesías. “El siguiente día vio Juan a Jesús, y dijo: He aquí el Cordero de
Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan1:29). Más tarde, refiriéndose
otra vez a Jesús dice: “ése es el que bautiza con el Espíritu Santo”
(Juan 1:33). La salvación que Jesús vino a traernos consiste en el perdón de
nuestros pecados, la destrucción de aquella barrera que nos separaba de Dios; y
a la vez una nueva vida que experimentamos cuando el Espíritu d3 Dios viene a
morar en nosotros, por primera vez desde que la comunión perfecta entre el
Creador y su criatura fue interrumpida en el huerto de Edén. El apóstol Pablo
enfatiza este aspecto positivo de la salvación cuando habla de los dos
movimientos de la voluntad del Padre: “Dios envío a su Hijo, para que redimiese
a los que estaban bajo la ley”, y: “Dios envío a vuestros corazones el Espíritu
de su Hijo” (Gál.4:4-6). La primera misión, la del Hijo para efectuar nuestra
redención, se complementa por la segunda, la venida del Espíritu para tomar
posesión plena y permanente de los corazones de los redimidos. Tan características
de la vida del creyente es esta presencia del Espíritu de Dios que Pablo
declara: “si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él” (Rom.8:9) Recuerda
también a los corintios: “¿ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu
Santo, el cual está con vosotros, el cual tenéis de Dios?” 1Cor.6:19; 3:16).
UNA BENDICIÓN PARA LA IGLESIA
La magnitud de este concepto, Dios por su Espíritu morando en
nosotros, se enfatiza más por el contraste entre la experiencia de siervos de
Dios en el Antiguo Testamento y la de todos los creyentes bajo el Nuevo Pacto.
En la época de la Ley leemos que ciertos hombres recibieron de Dios una dádiva
especial del Espíritu; pero tales experiencias consistían en una recepción
temporal del Espíritu para el cumplimiento de una misión específica (Éx.31:3;
35:31; Jueces 6:34; 13:25; 14:6, 19; 15:14).Viene también es esta categoría las
referencias a Juan el Bautista (Lc.1:15, a Elisabeth (Lc.1:41) y a Zacarías
(Lc.1:67), ya que antes del día de Pentecostés “aun no había venido el Espíritu
Santo, porque Jesús no había sido glorificado” (Juan 7:39). Sin embargo, la
recepción del Espíritu es para los miembros de la Iglesia una experiencia común
y universal. Pablo recuerda a los corintios: “Porque por un solo Espíritu
fuimos todos bautizados en un cuerpo, y a todos se nos dio a
beber de un mismo Espíritu” (1Cor.12:13)
BAUTISMO Y PLENITUD
En Hechos 2, donde se narra la historia de la recepción del Espíritu por los apóstoles en el día de Pentecostés, leemos que “fueron todos llenos del Espíritu Santo” (Hech.2:4). Esta descripción habla del resultado de ser bautizados en el Espíritu, que es recibir su plenitud. Sin embargo, es preciso distinguir entre estas dos experiencias, la de ser bautizad en el Espíritu y la de vivir lleno de Él. El bautismo del Espíritu es una experiencia única que se recibe en el momento de la conversión, según las palabras de Pedro en Hechos 2:38. Es una manera de describir la venida del Espíritu para hacer su morada en el creyente, experiencia característica ésta, como ya hemos visto, de la vida de cada hijo de Dios (Rom.8:9-11). Este bautismo no se puede anular, ni deshacer, ni recibir otra vez. Es una experiencia única, de iniciación en la vida cristiana. Nunca en las Escrituras se nos exhorta a recibir el bautismo del Espíritu; en cambio Dios por su apóstol nos manda a ser llenos del Espíritu (Ef.5:18). Esto quiere decir que se puede dar el caso de una serie de experiencias de la plenitud del Espíritu. Pedro fue lleno del Espíritu en el día de Pentecostés, pro más tarde, ante el Sanedrín, experimentó otra vez esta plenitud (Hech.4:8). Tanto Esteban como Pablo tuvieron experiencias semejantes (Comp. Hech.6:5 con 7:55 y 9:17 con 13:9).
DONES ESPIRITUALES Y PLENITUD
¿Cuál es la relación entre los dones del Espíritu y una vida
llena del Él? Claro está que la manifestación de los dones va unida al control
del creyente por el Espíritu, ya que el apagar al Espíritu impide el uso
correcto de los dones y hace imposible la plenitud del Espíritu (1Ts.5:19). A
la vez. El Nuevo Testamento nos enseña que las señales de la plenitud del
Espíritu no son estos dones espirituales, sino el fruto del Espíritu, que es el
resultado de andar en Él (Gál.5:16-25). La experiencia de los corintios es
instructiva. Todos habían recibido el bautismo del Espíritu (1Cor.12:13);
incluso Pablo les dice que “nada os falta en ningún don” (1Cor.1:7). Sin embargo,
les llama no “espirituales” sino “carnales” (1Cor.3:1-3); es decir,
aquellos creyentes a pesar de la multiplicidad de dones espirituales
manifestaban entre ellos, no estaban controlados por el Espíritu, sino
dominados por la carne. Las relaciones entre los miembros de la iglesia se
caracterizaban por “celos, contiendas y disensiones” (1Cor.3:3). En cambio, la
verdadera prueba de ser llenos del Espíritu es producir su fruto en vidas
sometidas a su control.
¿QUÉ SIGNIFICA SER LLENO DEL ESPÍRITU?
Tener la plenitud del Espíritu Santo implica someter nuestras vidas a su gobierno, para que Él realice su voluntad divina en cada faceta de nuestro vivir diario. En Lucas 4:1 leemos que “Jesús lleno del Espíritu Santo, fue llevado (o “conducido”) por el Espíritu al desierto”. El Hombre Perfecto, modelo en todo para cada hijo de Dios, se dejó ser llevado por el Espíritu, paso por paso durante el curso de su ministerio terrenal, hacia el cumplimiento de su misión. Descubrimos la obra del Espíritu en la vida del creyente, el apóstol Pablo usa frases como “andar conforme al Espíritu”, “ocuparse del Espíritu”, vivir según el Espíritu”, “ser guiados por el Espíritu” (Rom.8:4, 6,9,14), expresiones todas que recalcan la manera en que el Espíritu debe controlar nuestras vidas.
“LLENOS DEL ESPÍRITU SANTO”
Esta frase, o en el singular o en el plural, ocurre diez
veces en el libro de los Hechos. La tenemos por primera vez en Hechos 2:4, cita
que ya hemos examinado. La mayoría de las restantes referencias tienen que ver
o con el cumplimiento de una misión especial, por ejemplo, Pablo, “instrumento
escogido, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles”, recibe la
plenitud del Espíritu cuando le visita Ananías (Hech.9:15-17), o con momentos
de crisis, cuando Dios da a sus siervos una fuerza adicional para que puedan
resistir los ataques del diablo y mantenerse firmes en su testimonio. Así Pedro
fue “lleno del Espíritu Santo” cuando tuvo que responder ante el Sanedrín
(Hech.4:8). De igual manera los cristianos en Jerusalén, después de reaccionar
a una amenaza de persecución convocando un culto unido de oración, “fueron
todos llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios”
(Hech.4:31). Esteban, en el momento de su martirio (Hech.7:55, y Pablo y los
discípulos de Antioquía (Hch.13:9, 52), también conocieron tales intervenciones
del Señor en poder.
Hay, sin embargo, tres ejemplos del uso de esta frase donde
se refiere no tanto a una nueva inundación del Espíritu sino más bien un rasgo
señalado de la vida de ciertos creyentes. La iglesia en Jerusalén, buscando a
“siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría”,
eligen entre otros a Esteban, “varón lleno de fe y del Espíritu Santo”
(Hech.6:3,5)- Bernabé, durante su estancia en Antioquía, se describe como
“varón bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe” (Hch.11:24). Tales
versículos no quieren decir, desde luego, que ciertos individuos han recibido
más del Espíritu que otros, ya que “Dios no da el Espíritu por medida” (Juan
3:34). Más bien nos enseña que estos siervos de Dios se sometían a Él de una
manera tan sencilla y completa que el Espíritu tenía posesión entera de ellos.
Es posible, entonces, gozar de la plenitud del Espíritu de una forma tan
continua que ésta llega a ser una cualidad distintiva de nuestras vidas.
“SEGUID LLENÁNDOOS DEL ESPÍRITU”
Esta posibilidad se ve reforzada por una consideración del único versículo en el Nuevo Testamento sobre este tema que tiene un carácter exhortativo y no descriptivo. “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu” (Ef.5:18). La forma plural del verbo demuestra que esta exhortación, o mandato, es para cada creyente, y nos enseña que cualquier hijo de Dios puede experimentar esta plenitud. Debe ser una meta constante para cada miembro del Cuerpo de Cristo. Además, el verbo podría traducirse “seguid llenándoos del Espíritu”, ya que el tiempo del verbo en griego enfatiza que es una acción continuada. El apóstol no está hablando aquí de una recepción única y decisiva, sino de una apropiación continua. La experiencia de conocer la plenitud del Espíritu la debe tener un hijo de Dios no una vez, sino constantemente durante el curso de su vida. El hecho de que esta exhortación va dirigida a los que ya son creyentes en el Señor Jesucristo nos enseña que es posible ser un cristiano verdadero, y sin embargo, no estar lleno del Espíritu. Y tenemos que confesar que hay muy pocos creyentes que dan pruebas de ello. Debemos dar gracias al Señor por la posibilidad de recobrar esta plenitud todas las veces que la perdamos.
PLENITUD Y MADUREZ
Debemos distinguir entre la plenitud del Espíritu y la
madurez cristiana. Ser lleno del Espíritu no es prerrogativa de los que llevan
muchos años como creyentes, sino que está alcance aun del que acaba de nacer de
nuevo. Un niño de cinco años es inmaduro físicamente, y tiene que crecer y
desarrollarse mucho más. Pero puede ser un niño perfectamente sano. De la misma
manera una persona recién convertida no puede reclamar para sí la madurez de un
siervo de Dios con muchos años de experiencia cristiana. Pero sí puede gozar de
la plenitud del Espíritu Santo en su vida.
“NO CONTRISTÉIS AL ESPÍRITU”
¿Cómo podemos llegar a conocer esta plenitud? Es preciso tener en cuenta la exhortación del apóstol Pablo: “no contristéis al Espíritu Santo” (Ef.4:30). La gran característica del Espíritu de Dios según el Nuevo Testamento es su santidad. Él es el Espíritu Santo. Frente al pecado y a la desobediencia en la vida del creyente, se queda contristado y no puede obrar libremente. Si la corriente de un río queda obstruida por alguna barrera, el río no puede fluir libremente, y la tierra que debe regar queda seca e infructuosa. A sí mismo cuando erigimos obstáculos de pecado y de incredulidad en nuestras vidas, tampoco puede correr el río de agua viva. Sólo si quitamos estos impedimentos puede el Espíritu regarlas y hacerlas fructíferas. Pero en el momento en que el camino queda expedito, el agua empieza a fluir y a llenar otra vez. Por tanto, para conocer de forma continua la plenitud del Espíritu, tenemos que limpiarnos de todo cuanto contrista al Espíritu. La confesión irá acompañada no sólo por la seguridad del perdón de nuestros pecados sino por la experiencia del Espíritu tomando posesión de nosotros llenándonos de sí mismo. Mantenerse lleno del Espíritu implica por nuestra parte una actitud de consagración total, de confesión continua y de comunión íntima con el Señor Jesucristo, quien es la fuente de los ríos de agua viva del Espíritu (Juan 7:37-39)”
Nota. Quien desee ampliar lo contenido en este artículo,
puede encontrar una buena ayuda en el libro de John R. W. Stott, “El bautismo y
la plenitud del Espíritu Santo”, de Editorial Caribe.
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