EL CREYENTE Y LA MUERTE (2ª PARTE)

LA MUERTE, LEY DE LA VIDA CRISTIANA

“Si alguna viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aún también su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lc.14:26-27)

Seguimos a un Salvador que sufrió y murió. Si le amamos ¿No lo contaremos como sumo gozo y privilegio también sufrir y morir? ¿No es nuestro deseo poner nuestros pies en sus pisadas? Jesús nos llama a la cruz, a la abnegación, a la identificación con Él en su muerte. La vida cristiana es un constante morir a todo lo que ocupa en nuestras vidas el lugar que debe ocupar el Señor, o que obstruya su actuación en nosotros o Su propósito para nuestras vidas. Nuestra muerte física es solamente el último paso en este camino de constante muerte.

1) Tenemos que morir a nuestras posesiones materiales.

“No podéis servir a Dios y a las riquezas”. Jesús tuvo que mandar al joven rico a vender todo lo que poseía porque veía que sus riquezas ocupaban el lugar principal en su corazón.  La clave de esto es el contentamiento. ¿Estamos contentos con lo que tenemos, o queremos más? “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora: porque él dijo: No te dejaré ni te desampararé” (Heb.13:5). “Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1Tm.6:6-10). ¿Estamos dispuestos, si el Señor lo permitiere, a perder todo lo que tienes? Él lo permitió en el caso de Job. ¿Serías capaz de tener la reacción de aquel santo varón? “El Señor dio, el Señor quitó: Bendito sea el nombre del Señor” Hemos de aprender a ponerlo todo sobre el altar del holocausto.

Haciendo tales preguntas, podremos descubrir qué es lo que nuestro corazón quiere para sí. Pablo podía decir: “He aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad” (Fil.4:11-12). Nuestra meta ha de ser aprender a morir a todas las posesiones materiales – tenerlas y utilizarlas como si no las poseyéramos. La realidad es que no poseemos nada; Dios es el dueño de todas las cosas, y lo que tenemos solo es prestado y un día tendremos que dar cuenta de la manera en que lo hemos utilizado.

2) Tenemos que morir al deseo de tener fama, reconocimiento y aplauso.

Nuestro amado Salvador no buscó la fama, ni el reconocimiento. Nosotros hemos de hacer como Él. Si nuestros semejantes no reconocen, ni agradecen, ni aplauden lo que hacemos, aún si, hablan despectivamente de nosotros y de nuestra obra, y si somos marginados y olvidados, es para que aprendamos a morir al deseo de la fama y el aplauso. ¿Estamos dispuestos a acompañar a nuestro divino Salvador en este camino? “Ay de vosotros cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! Porque así hacían sus padres con los falsos profetas. Bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrezcan y cuando os aparten de sí, y os vituperen, y desechen vuestro nombre como malo por causa del Hijo del Hombre” (Lc.6:26 y 22)

3) Tenemos que morir al deseo de tener una posición de autoridad e influencia sobre otros.

El deseo de figurar, de ocupar siempre el lugar de preferencia. Jesús constantemente quiso enseñar a sus discípulos esta lección, y aún hoy, muchos de sus discípulos no parecen haberla aprendido. “Sabéis que los que son tenidos gobernantes de las naciones se enseñorean de ellos, y sus grandes ejercen sobre ellos potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será el siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido sino para servir” (Mr.10:42-45)

4) Tenemos que morir a nuestras ambiciones y planes que hacemos para nuestra vida.

La voluntad del Señor tiene que ser suprema en todas nuestras decisiones. Tiene que ser siempre, “Señor, ¿Qué quieres que haga?”  “Vamos ahora, los que decir: Hoy y mañana iremos a tal ciudad y estaremos allí un año, y traficaremos y ganaremos, en lugar delo cual deberías decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello” (Stg.4:13 y 15). Tenemos que estar dispuesto a abandonar cualquier plan, proyecto o ambición hasta que estemos seguros que es algo que el Señor quiere para nosotros. En este ámbito tenemos que ser muy rigurosos con nosotros mismos porque “engañoso es el corazón, más que todas las cosas”.

5) Pero en el fondo, tenemos que morir a nosotros mismos, a nuestro propio “yo”. Esto es lo más difícil de todo. Pero Cristo dijo en Lucas 14:26 que entre las cosas que hemos de aborrecer, está incluida la propia vida. La palabra griega que aquí se traduce porque “vida”, quiere decir también “alma”, es decir el propio ser. El egoísmo es una cosa tan sutil y se esconde tras tantos disfraces – inclusos disfraces piadosos- que no nos damos cuenta hasta que punto estamos gobernados por el egoísmo. Solo de vez en cuando, en determinadas situaciones, un determinado acontecimiento, sirve para revelarnos, hasta que punto el egoísmo determina y dirige nuestras accione y reacciones. Lo más duro y doloroso es decir “no” al “yo” y poner al Señor, o a otra persona ante nosotros. Somos egoístas en nuestra manera de tratar a nuestros cónyuges, a nuestros familiares, amigos y compañeros. Precisamente porque tomamos libertades y los utilizamos en nuestro provecho. En lugar de entregarnos sin reserva a servir a nuestro Señor y a otros por amor a Él, nos servimos de ellos. O si les hacemos un favor, es con la esperanza de recibir otro favor a cambio.

Un aviso, antes de pasar a la tercer y última sección de este artículo: Que no nos carguemos cruces que el Señor no nos impone. Nuestro Señor y Maestro quiere nuestra santificación, y para ello, tengamos la oportunidad de negarnos a nosotros mismos. Él nos meterá en situaciones en que tendremos que elegir ente el decir no a nosotros mismos y la evasión del reto que supone la situación que se nos presenta. Pero yo ya os aviso por si escoges la evasión. Si te evades, volverás a encontrar más adelante una situación parecida y será más difícil, y más dolorosa cada vez cuando el Señor permita que suframos las consecuencias de nuestra evasión.

 LA ACEPACIÓN DEL SUFRIMIENTO FÍSICO Y DE LA MUERTE.

Nuestra época actual con su filosofía básicamente egoísta y narcisista, rechaza el sufrimiento y la muerte. Estas dos experiencias humanas son vistas como netamente negativas. No así el Nuevo Testamento. Seguimos a un Maestro que voluntariamente aceptó la muerte, el dolor y el sufrimiento, su ejemplo nos anima a hacer lo mismo. “Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento” (1Ped.4:1). “Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación obra paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba esperanza” (Rom.5:3-4).

Desde luego, es perfectamente correcto buscar la ayuda de la ciencia médica para curar o aliviar nuestras enfermedades y sufrimientos que nos causan. Pero tenemos que darnos cuenta que el Señor nos puede llamar a sufrir enfermedades y dolores o estados de invalidez que la medicina no puede curar. La reacción natural y humana a estas situaciones es la rebeldía. Pero la realidad es que el Señor nos está pidiendo: ¿Estás dispuesto a sufrir esto por mí? ¿Crees que soy capaz de utilizar tu dolor o tu invalidez si me los entregas? ¿Cuál es nuestra actitud cuando tenemos que pasar por sufrimientos? ¿Los aceptamos como viniendo de la mano de Dios que nos ama? ¿Estáis dispuestos a darle gracias porque nos permite sentir y experimentar algo del dolor que le causaron Sus heridas en la Cruz por amor a nosotros? Cada enfermedad es un mensajero de la muerte. Si aprendemos a aceptar la enfermedad y el dolor, aceparemos más fácilmente la muerte. Nuestra muerte física es solamente el último paso en el camino del morir constantemente, que es el camino de la vida en Cristo.

 

 

 

 

 

 



 

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