EL CREYENTE Y LA MUERTE (1ª PARTE)
Prof. Miguel HERBAGE
“Portavoz Evangélico”. Año 1987
MUERTOS CON CRISTO
La primera cosa que tenemos que decir acerca del creyente y
la muerte, es que el creyente -todo creyente- murió con Cristo cuando Él murió
en la Cruz del Calvario. Esta es la clara implicación del texto de Romanos
6:1-11.
El tiempo del verbo “morir” en este pasaje está
constantemente en tiempo pasado – es el pretérito definido. El verbo del
versículo 2 debe leerse: “Porque los que morimos al pecado”. El tiempo del
verbo indica algo que pasó en un determinado momento en el pasado. Otra vez en
el versículo 5, tenemos, “fuimos plantados con él en la semejanza de su
muerte”, y otra vez en el versículo 6, es aún más claro, “nuestro viejo hombre
fue crucificado juntamente con Cristo” (Estas palabras también fijan el
momento en el pasado cuando morimos con Cristo). Otra vez en el versículo 8, “y
si morimos con Cristo”.
Desde luego esta muerte con Cristo llegó a ser realidad para
y en nosotros cuando nos convertimos al Señor, pero ya obrada y cumplida para
nosotros en el momento en el que Cristo murió en la Cruz. ¿Pero, qué quiere
decir? Quiere decir principalmente
cuatro cosas:
1) Morimos a nuestra culpabilidad ante Dios. La pena para el pecado es la muerte.
Estábamos bajo sentencia de muerte, pero debido a nuestra solidaridad con
Cristo – debido a que somos una cosa con él – cumplimos nuestra sentencia en
Él. No es solamente que Cristo muriera en nuestro lugar, sino que, por esta en
Cristo, cuando Él murió, nosotros morimos con Él. “Crucificado juntamente con
Él”. Así, ante Dios, hemos cumplido nuestra sentencia y es por eso que “ahora
ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1). Y
cuando dice “ninguna” quiere decir “nunca y para nada”. En la muerte de Cristo
se ha cumplido totalmente la sentencia, no solamente para nuestros pecados
pasados, sino también para todos nuestros pecados futuros; no solamente para
los conocidos, sino también para los ignorados. “Ninguna condenación” jamás- En
este sentido morimos para siempre a la culpabilidad de nuestro pecado en la
muerte de Cristo.
2) Morimos a la
esclavitud del pecado:
“Consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús,
Señor nuestro”. Nuestra solidaridad – con Cristo tiene como consecuencia, no
solamente que morimos con Él, sino que también resucitamos con Él. Y esta
resurrección se realiza – mientras estamos todavía en la carne – en el sentido
moral, es decir, que “andemos en novedad de vida”. ¿Qué quiere decir? Quiere
decir que hemos sido sacados del ámbito de gobierno, del que la autoridad y del
dominio del pecado. “El que ha muerto ha sido justificado del pecado”, es
decir, el pecado ya no tiene derecho sobre él como lo tenía mientras estaba aún
en su situación de culpable y de reo ante la ley. No quiere decir que seamos
perfectos, sino que el poder del pecado sobre nosotros ha sido
quebrantado. Ya no somos esclavos del pecado. Además, Dios ha enviado su
Espíritu a nuestros corazones para hacer esto realidad en nosotros.
3) Morimos a la ley. “la Ley se enseñorea del hombre entretanto que este
vive” (Romanos 7:1). La ley no tiene jurisdicción sobre un hombre muerto.
Habiendo muerto juntamente con Cristo, estás ahora puesto legalmente fuera
de la jurisdicción de la ley. ¿Por qué tenías que ser librados de la ley?
Porque la ley por sí sola no nos puede santificar. ¿Por qué no nos puede
santificar la ley? Porque lejos de subyugar el pecado en nosotros, lo excita. Y
¿Por qué es así? Porque somos todavía hombres y mujeres de carne y hueso
(Romanos 7:14), y nuestra parte carnal no ha sido redimida aún. Todavía
aguardamos la redención de nuestro cuerpo (Romanos 5:23). Y es por eso que la
carne y el espíritu están constantemente en lucha (Gálatas 5:17), y si
intentamos santificarnos mediante la ley, nos encontraremos otra vez en la
esclavitud de la carne, como Pablo explica con detalle en Romanos 7:7-25).
¿Quiere decir esto entonces que podemos seguir nuestros impulsos? De ninguna
manera. Morimos a la ley, nuestro antiguo “marido”, para casarnos en segundas
“nupcias” con Cristo para llevar fruto para Dios (Romanos 7:24). Morimos a la
ley, pero ahora servimos “bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el
régimen viejo de la letra” (Romanos 7:6) El objetivo de Dios al enviar a su Hijo
al mundo era para que la justica de la ley se cumpliese en nosotros, que no
andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”.
4) Morimos a la muerte. “Cristo habiendo resucitado de los muertos ya no muere; la
muerte no se enseñoreará más de él”. Y nosotros también, estamos unidos a Él y
estamos en Él, siendo una cosa con Él, hemos muerto y resucitados con Él y por
eso la muerte no se enseñoreará más de nosotros. “Todo aquel que vive y cree en
mí, no morirá eternamente”. Dijo Jesús (Juan 11:26). Ésta es la consecuencia de
todos los puntos anteriores. No solamente somos eximidos de la muerte eterna,
sino que recibimos el don de la vida eterna, y todo porque estamos en Cristo.
Morir al pecado, quiere decir todas estas cosas: La justificación
que anula la culpabilidad, la regeneración que rompe su poder en nosotros y nos
libra de su esclavitud, la liberación de la ley que solo nos condena, y de la
muerte eterna que es el fin inevitable del pecado. Hasta ahora hemos tratado lo
que ha dio hecho a favor nuestro y en nosotros. Pero la consecuencia de haber
muerto en Cristo al pecado es que hemos de dar a muerte todo lo que se opone a
su supremacía en nuestra vida. “Habéis muerto y vuestra vida está escondida con
Cristo en Dios, haced morir, pues, lo terrenal en vosotros” (Col.3:3 y 5) Lo
uno es la consecuencia de lo otro.
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