A UN CATÓLICO, SOBRE EL CELIBATO DEL CLERO

Juan Antonio Monroy

Revista “Restauración” Junio, 1969

"Los diez argumentos que presento a continuación demuestran que el celibato del clero es del todo contario a la palabra de Dios.

Primero: La naturaleza del matrimonio aparece en las primeras páginas de la Biblia. El Génesis dice que Dios creó “varón y hembra” (Génesis 1:27) con la doble intención de proveer un compañerismo mutuo y de instrumentar la multiplicación del genero humano: “Dijo Jehová: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos” (Génesis 2:18 y 1:28). Esta doble naturaleza del matrimonio responde a las necesidades y a los fines de la vida humana. El hombre necesita la compañía de la mujer y la sociedad cuenta con los dos para la procreación normal de la especie.  Los sacerdotes y las monjas, al permanecer célibes so pretexto de servir mejor a Dios, están, en realidad, violando las leyes divinas y las humanas.

Segundo: El matrimonio no es un capricho del hombre ni de la mujer. Es una institución divina. Como tal aparece en la declaración del mismo Dios, cuando dice en las Escrituras: “Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:24). La indisolubilidad, la santidad y los lazos sentimentales del matrimonio aparecen aquí claramente definidos. En el curso de su ministerio, Jesús citó varias veces esta Ley original para resaltar la importancia y la dignidad del matrimonio, que en época había degenerado considerablemente entre los judíos (Mateo 19:5; Marcos 10:7). Si el matrimonio es Ley divina para todos los hombres y mujeres, ¿en razón de que quebrantan esta Ley las monjas y los sacerdotes?

Tercero. En el Antiguo Testamento se consideraba el celibato como una desgracia y no como un estado de privilegio, tal cual lo declara la Iglesia católica. Los sacerdotes y profetas, los grandes hombres que aparecen en el capítulo onde de la epístola a los Hebreos como héroes de la fe, eran todos casados. Las antiguas mujeres de la Biblia, contrariamente a lo que piensan las monjas, juzgaban el celibato como un “oprobio” (Isaías 4:1). A tal punto, que cuando Jefté quiere sacrificar a su hija para cumplir la promesa hecha a Dios, la joven le pide que la permita antes llorar su virginidad por los montes (Jueces 11:37)

Cuarto. El mayor honor a que podía aspirar una mujer bajo la antigua dispensación no era, ciertamente, a su casamiento místico con Dios ni a la renuncia al matrimonio entre las paredes de un convento, sino a la maternidad, tal como lo dice el salmista: “He aquí, herencia de Jehová son los hilos; cosa de estima el fruto del vientre. Como saetas en manos del valiente, así son los hijos habidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos” (Salmo 127:3-4)

Quinto. El hallar esposa era una bendición en la antigua Ley. “El que halla esposa halla el bien y alcanza la benevolencia de Jehová (Proverbios 18:22), dice Salomón, quien agrega: “Goza de la vida con la mujer que amas” (Eclesiastés 9:9) ¿Por qué deben quedar los sacerdotes excluidos de esta bendición?

Sexto. En el Nuevo Testamento, el matrimonio supera aún en dignidad y en importancia al antiguo concepto judío. El autor de la epístola a los Hebreos dice que debe ser “honroso” el matrimonio (Hebreos 13:4). Una de las mayores honras consiste en el uso que Pablo hace del mismo para hablar de las elevadas relaciones que existen entre Cristo y su Iglesia: “Así que, como la Iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo. Así como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos” (Efesios 5:23-33). ¿Cómo cumplen este simbolismo las monjas y los sacerdotes que permanecen célibes?

Séptimo. Todos los apóstoles del Señor, excepto uno, Juan, eran casados. Y después de su llamamiento al servicio divino no dejaron a sus mujeres, como enseñan algunos comentaristas católicos, sino que continuaron con ellas. Mateo y Lucas no refieren que en una ocasión en que el Señor entró en el hogar de Pedro, halló a la suegra con fiebre y la sanó (Mateo 18:14; Lucas 4:38). En cuanto a Pablo, la opinión más aceptada es que era viudo. En su defensa ante el rey Agripa, habla del furor persecutorio que le invadía antes de su conversión, y dice: “Yo encerré en cárceles a muchos de los santos, habiendo recibido poderes de los principales sacerdotes; y cuando los mataron, yo di mi voto” (Hechos 26:10)

La facultad de votar la tenía Pablo en su calidad de miembro del Sanedrín, judío, y para pertenecer a esta importante institución religiosa se requería estar casado. Se cree que la mujer murió antes de su conversión. Con todo, en un pasaje que ha dado lugar a diferentes interpretaciones, Pablo reclama el derecho a ser acompañado por una mujer en sus viajes misioneros: “¿No tenemos derecho – dice- de traer con nosotros una hermana por mujer, como también los otros apóstoles y los hermanos del Señor, y Cefas?” (1ªCorintios 9:5)

Octavo. En las llamadas epístolas pastorales, Pablo, aconsejando a Timoteo y a Tito sobre el gobierno de la Iglesia, les dice que los obispos y diáconos debían ser personas casadas: “Es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad, pues el que no sabe gobernar su casa, cómo cuidará de la Iglesia de Dios. Los diáconos sean maridos de una sola mujer, y que gobiernen bien sus hijos y sus casas” (1ª Timoteo 3: 2-5 y 12). “Por esta causa te dejé en Creta, para que corrigieses lo deficiente y establecieses ancianos en cada ciudad, así como yo te mandé; el que fuera irreprensible, marido de una sola mujer y que tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de rebeldía” (Tito 1:5-6)

El celibato del clero es un atentado contra estos mandamientos explícitos de la Biblia. Dice Dios que el sacerdote debe ser persona casada, que forme un hogar y eduque debidamente a sus hijos y la Iglesia católica mantiene que debe permanecer célibe. Como decía Cristo a los judíos: “Vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición” (Mateo 15:3)

Noveno. Pablo previno el celibato dentro de la Iglesia y lo calificó, de antemano, como un atentado contra la pureza doctrinal del cristianismo. Lo llamó “doctrinas de demonios”, inspiradas por “espíritus engañadores”: “Pero el espíritu dice claramente que en los postreros tiempos apostarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia, prohibirán casarse” (1ª Timoteo 4:1-3.

Décimo. Finalmente, la continencia por motivos de conciencia era voluntaria en la primitiva Iglesia cristiana, no impuesta. Hay dos pasajes que se refieren a ello. El primero está en Mateo 19:12. Cristo, hablando acerca de los eunucos, dice: “Hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que son hechos eunucos por los hombres, y hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos. El que sea capaz de recibir esto, que lo reciba”.              

El Señor distingue aquí tres clases de eunucos: Los que son de nacimiento, los que son forzados a ello por otras voluntades y los que eligen libremente este estado para servir mejor a Dios: “Por causa del reino de los cielos”.  El celibato por motivos religiosos aparece aquí como un estado de comodidad en aquellos que, teniendo el don de la continencia, prefieren prescindir de la mujer y de los hijos para servir con más libertad a Dios. Pero no se habla, en absoluto, del celibato como una virtud.  Estos últimos eunucos “a sí mismo se hicieron”, dice Cristo, con lo que queda demostrada la voluntariedad del celibato. Todos los demás que evitan el matrimonio por obedecer una ley humana están contrariando la enseñanza de la Biblia. En segundo texto es el del apóstol Pablo y se encuentra en primera de Corintios 7:7-9: “Quisiera, dice el apóstol, que todos los hombres fuesen como yo; pero cada uno tiene su propio don de Dios, uno a la verdad de un modo, y otro de otro. Digo, pues, a los solteros y a las viudas, que bueno les fuera quedarse como yo; pero si no tienen don de continencia, cásense, pues mejor es casarse que estarse quemando”.

 

 

 

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