ANGUSTIA Y LIBERACIÓN

Juan Antonio Monroy

Revista: “Restauración” – Septiembre, 1976

Un extracto del que considero un buen artículo, que fue escrito hace algunos años, pero que cobra cada vez más contextualización en nuestra vida y sociedad. ¿Por qué dejar en el “baúl del olvido” aquello que se escribió con tanto acierto, y especialmente, porque tiene su sólida base bíblica? Redactaré las cuestiones que considero más relevantes para el lector del blog, ya que el tema en cuestión es bastante extenso, y por ello, prefiero resumirlo, y que sea de fácil lectura, y también da lugar a la seria reflexión. En principio, me limitaré a tocar solamente lo que el autor del artículo dice respecto al personaje Job.

Job, personaje angustiado.

“Entendida la angustia vital como desequilibrio de la personalidad interior motivado por las presiones de todo tipo, los rompimientos morales y las agresiones psíquicas a que nos vemos sometidos por parte del mundo exterior, podemos decir, efectivamente, Job llegó a padecer este tipo de angustia vital y existencia. El cansancio de la vida, motivo de estudio de los científicos modernos, lo sintió Job en toda su dramática existencial. “Después de esto abrió Job su boca, y maldijo su día. Y exclamo Job, y dijo: Perezca el día en que yo nací, y la noche en que se dijo: Varón es concebido. Sea aquel día sombrío, y no cuide de él Dios desde arriba, ni claridad sobre él resplandezca. ¿Por qué no morí yo en la matriz, o expiré al salir del vientre? ¿Por qué me recibieron las rodillas? ¿Y a qué los pechos para que mamase? Pues ahora estaría yo muerto, y reposaría; dormiría, y entonces tendría descanso” (Job 3:1-4 y 11-13)

Como cualquier hombre angustiado de hoy, Job se siente arrojado en medio de un mundo inhóspito y cruel. Entre su ya torturado espíritu y el contorno social que le envuelve, familia, trabajo, amistades, protegidos, se produce una ruptura total. Y Job la denuncia con amargura: “Me abominan, se alejan de mí, y aún de mi rostro no detuvieron su saliva. Porque Dios desató su cuerda y me afligió, por eso se desenfrenaron delante de mi rostro. Ala mano derecha se levantó el populacho; empujaron mis pies, y prepararon contra mí caminos de perdición. Mi senda desbarataron, se aprovecharon de mi quebrantamiento, y contra ellos no hubo ayudador. Vinieron como por portillo ancho, se revolvieron sobre mi calamidad. Se han revuelto turbaciones sobre mí, combatieron como viento mi honor, y mi prosperidad pasó como nube” Job 30:10-15)

Con todo, la angustia de Job no alcanza el punto de la desesperación. En su alma convive esa dualidad de sentimientos aparentemente contradictorios como son la angustia y la esperanza. La afirmación del médico psiquiatra Enrique Rojas, de que en la región vecina de la angustia se encuentra la esperanza, se da desde luego en Job. La noche desaparece y en el alma de Job amanece la luz. La esperanza y la fe ocupan el lugar que antes uvo la angustia. Desde el seno de la tempestad Dios le habla y Job reconoce la ligereza de sus juicios. La experiencia pasada le vale para una más amplia comprensión de Dios. Su angustia, como en el caso de San Agustín, tiene un desenlace feliz: “Entones respondió Job a Jehová y dijo: He aquí que yo soy vil; qué te responderé. Mi mano pongo sobre mi boca. Una vez hablé, más no responderé; aun dos veces, más no volveré hablar. Yo conozco que todo lo puedes, y que no hay pensamiento que se esconda de ti. ¿Quién es el que oscurece el consejo sin entendimiento? Por tanto, yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía. Oye, te ruego, y hablaré; te preguntaré y tú me enseñarás. De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto, me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 40:3-5 y 42:2-6)

No es este el final del drama. La superación de la angustia jamás será posible si el hombre no pone el objetivo de la vida más allá de la vida misma. Los científicos que intervinieron en el Congreso Internacional sobre el cansancio de la vida analizaron concienzudamente las causas de este cansancio, los motivos de la angustia que corroe y aniquila. Pero no supieron hallar remedio, que es uno sólo, a esos males del espíritu. La falta de un motivo concreto para vivir, la ausencia de una razón poderosa que justifique el porqué de la existencia, son vías que conducen a la angustia vital.

Cristo nos da la solución. Nos propone que contemplemos la vida presente como simple camino, no como meta. Que nuestra meta auténtica y definitiva sea el más allá, el cielo, las moradas del Padre, donde nuestra vida adquiere su auténtica dimensión: “No os afanéis pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal” (Mateo 6:31-34)

Cuando se vive como los discípulos del Señor el día de la ascensión, “con los ojos puestos en el cielo” (Hechos 1:10), cuando se concibe la vida aquí como la oportunidad que Dios nos da para que busquemos las cosas de arriba, y vivimos anhelando lo celestial, la angustia no tiene cabida en el alma. O jamás la invade o desaparece tras la crisis. Esta fue la experiencia de Job. Él, que fue la personificación viva de la angustia, suyo vencerle clavando su mirada más allá de las estrellas y contemplando el infinito sin sobras con los ojos de la fe. Escuchémoslo: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro, AUNQUE mi corazón desfallezca dentro de mí” (Job 19:25-27). La angustia puede hacer que el corazón desfallezca de dolor. Pero cuando la esperanza y la fe ocupan en el alma el lugar que Dios les tiene destinadas, y se enjuicia la vida presente como simple tránsito a otras playas más serenas y de duración eterna, esa angustia se deshace como nube de la mañana”.

OTRAS FORMAS DE ANGUSTIA

La angustia bíblica, entendida como sentimiento vital que define unos estados anímicos, los cuales, a su vez, condicionan y muchas veces determinan nuestro mundo de perspectivas terrenas y celestiales, no es exclusivamente de Job. Otros personajes la padecieron en distintos grados y ante situaciones bien diferentes. El análisis, aunque somero, de algunos de estos personajes, harán más claros para nosotros los caminos de la liberación, que es, en definitiva, lo que más nos importa aquí.

Adán: angustia trascendente

En el caso de Adán, la angustia que le invade después de la caída está concebida del lado de lo transcendente. El texto bíblico lo cuenta así: “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió, así como ella. Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales. Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba por el huerto, al aire del día; y el hombre y la mujer escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Mas Jehová Dios llamó al hombre he dijo: ¿Dónde está tú? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí” (Génesis 3:6-10)

El miedo que siente Adán ante la aparición del Ser divino, el querer esconderse de Dios, revela su profunda angustia ante la trascendencia del acto que acaba de realizar. El miedo de Adán no es miedo a Dios, ni al castigo de Dios; es miedo a lo que el mismo acaba de hacer, pasando de colaborador de Dios a rival de Dios. Es el tipo de angustia que surge en el hombre cuando desobedece los mandatos divinos. Dios intenta calmar esta angustia de Adán prometiéndole un redentor liberador. Es la primera promesa mesiánica que aparece en las páginas de la Biblia: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre su simiente y la simiente tuya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Génesis 3:15)

Caín: angustia ante el destino

Por lo general, al criminal suele invadirle la angustia después de cometida su acción. Es la angustia ante el futuro, miedo a que su crimen se descubra y sea castigado, temor a las consecuencias y a las imprecisiones del destino. Tras matar a su hermano, Caín siente esta angustia. Y no se la oculta a Dios. Le dice: “Y dijo Caín a Jehová: Grande es mi castigo para ser soportado. He aquí me echas hoy de la tierra, y de tu presencia me esconderé, y seré errante y extranjero en la tierra; y sucederá que cualquiera que me hallaré, me matará” (Génesis 4:13-14) Curioso: a Caín no le oprime el remordimiento. No pronuncia ni una sola palabra de arrepentimiento. Su preocupación se centra en el futuro. Tiene miedo al destino. Le asusta la posibilidad de que alguien le encuentre en un pasaje solitario y le mate, vengando así la muerte de Abel.

Pero también de este tipo de angustia ante el destino libera Dios. Dice el Señor a Caín: “Y le respondió Jehová; Ciertamente cualquiera que matare a Caín, siete veces será castigado. Entonces Jehová puso señal en Caín, para que no le matase cualquiera que le hallare”. Algunos padres de la Iglesia primitiva dicen que la marca de Caín no era una señal física en la frente, sino un descontrol mental, un desequilibrio de la personalidad interior, una forma de angustia. Lo que quiera que fuese, Dios le asegura su protección. Porque no es voluntad de Dios que el hombre viva angustiado. Ni siquiera el más pecador de los hombres.

Moisés: angustia ante la manifestación de lo divino

En el encuentro de Moisés con Dios, hecho histórico, se percibe la angustia del hombre ante la manifestación del ser divino. El Éxodo relata este encuentro con las siguientes palabras: “aconteció qué al tercer día, cuando vino la mañana, vinieron truenos y relámpagos, y espesa nube sobre el monte, y sonido de bocina muy fuerte; y se estremeció todo el pueblo que estaba en el campamento. Y Moisés sacó del campamento al pueblo para recibir a Dios; y se detuvieron al pie del monte. Todo el monte Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido sobre él en fuego; y el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremeció en gran manera El sonido de la bocina iba aumentando en extremo; Moisés hablaba, y Dios le respondía con voz tronante” (Éxodo 19:16-19)

El espectáculo tenía el sentimiento de “lo tremendo, terrible, angustiante, temeroso, espantoso, y el aspecto de lo fascinante, atrayente, arrebatador. Ante la presencia de Dios, “se estremeció todo el pueblo que estaba en el campamento” (Éx.19:16) Era un estremecimiento de angustia motivado por la realidad de la cercanía divina. Pero cuando Dios se acerca al hombre lo hace con intenciones contrarias: No para angustiarlo, sino para liberarlo de sus angustias mediante el perdón de los pecados en Cristo: “Todo el pueblo observaba el estruendo y los relámpagos, y el sonido de la bocina, y el monte que humeaba; y viéndolo el pueblo, temblaron, y se pusieron de lejos. Y dijeron a Moisés: Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero n o hable Dios con nosotros, para que no muramos. Y Moisés respondió al pueblo: No temáis; porque para probaros vino Dios, y para que temor esté delante de vosotros, para que no pequéis” (Éx.20:18-20)

Isaías, Juan y Pedro: angustia intra anímica

Se llama angustia intra anímica al sentimiento de culpa que invade al hombre en su encuentro con lo trascendente. Abrumado por el terrible peso de la presencia divina y convencido de su pequeñez y miseria humana, el hombre siente que la angustia le oprime el alma y se deja desfallecer. Dos hombres bíblicos son representativos: Isaías y Juan Tras la visión que Dios le concede en el templo “el año que murió el rey Urías”, Isaías en el descubrimiento sincero de la santidad de Dios y de su propia pecaminosidad humana, grita: “Entonces dije: ¡Hay de mí que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los Ejércitos” (Isaías 6:5)

El apóstol Juan vive una experiencia semejante. Era domingo. Se hallaba desterrado en la isla griega de Patmos. “Estaba en el espíritu”, es decir, interiormente dispuesto a la visión. “Detrás de mí, cuenta el apóstol, oí una gran voz como de trompeta, que decía: Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último”. Quien hablaba era el mismo Señor Jesús. Juan no sólo le oyó; también le ve y ante la cercanía de su Señor glorificado, la angustia intra anímica hace de nuevo su aparición. La reacción de Juan es parecida a la de Isaías. Dice: “cuando le vi, caí como muerto a sus pies” (Apocalipsis 1:17)

La presencia de Dios actúa mortalmente sobre el hombre religiosamente sincero. El inseparable compañero de Juan en vida de Jesús, Pedro, es un tercer representante bíblico de este tipo de angustia que hace temblar el alma con temblores de santidad ante la realidad de Dios. La angustia de Pedro está claramente reflejada en esta historia que nos cuenta Lucas: “Y entrando en una de aquellas barcas, la cual era de Simón, le rogó que le apartase de tierra un poco; y sentándose enseñaba desde la barca a la multitud. Cuando terminó de hablar dijo a Simón: Boga mar adentro y echad vuestras redes para pescar. Respondiendo Simón le dijo: Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; más en tu palabra echaré la red. Y habiéndolo hecho, encerraron gran cantidad de peces, y su red se rompía. Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que viniesen a ayudarles; y vinieron y llenaron ambas barcas, de tal manera que se hundían. Viendo esto, Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (Lc.5:3-8)

En los tres casos citados se advierten las consecuencias de la angustia intra anímica, producida por la cercanía de Dios. Isaías dice: “Ay de mí, que soy muerto”. Juan: “Cuando le vi, caí como muerto a sus pies”. Y Pedro: “Cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador”.

REFLEXIONES FINALES

La angustia, con sus causas diversas y sus distintas formas de manifestarse es, sin duda alguna, un azote de la sociedad moderna. Ni la ciencia ni la literatura proveen remedios seguros contra la angustia, por que científicos y literatos la padecen igualmente. El cristianismo ha venido educando al hombre en el temor. Y el temor, entendido no como reverencia, sino como miedo a Dios, en lugar de suprimir la angustia ha contribuido a aumentarla. El temor angustia; el amor libera. Juan lo explica así: “En el amor no hay temor, sino  que le perfecto amor echa fuera el temor” (1ª Juan 4:18. Si se quiere liberar al hombre de todas sus angustias hay que educarlo en el amor a Dios. Amor por parte del hombre, que no sería más que la correspondencia al amor primeramente demostrado por Dios, según este texto del apóstol: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envío a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1ªJuan 4:10)

Dios, según oda la enseñanza de la Escritura, mandó a Su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Lo mandó también para quitar de nosotros la angustia. Él tuvo que padecerla, primeramente, pero ese fue el precio que pagó por nuestra liberación. Los Evangelios nos presentan a Cristo sumido en las alas de la angustia. Pensando en su muerte expiatoria, la angustia invade su espíritu: “De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!” (Lucas 12:50). La angustia que siente es tan intensa que, según Lucas, le produce manifestaciones físicas sobrenaturales. Todo su cuerpo tiembla y el sudor de su frente es como gotas de sangre: “Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lucas 22:44). Jesús llega hasta el abismo de la angustia. La padece como ningún oro ser en la Tierra la ha padecido jamás. Pero vence. Tenía que vencer, porque su triunfo sobre la angustia suponía nuestra liberación de la misma. Él es, hoy, el único remedio para esta sociedad demencial y angustiada. En sus manos de Dios está el remedio para todas las enfermedades que padece el hombre en su espíritu. Él sabe que en el mundo persistirá la angustia, la aflicción, pero se ofrece para ayudarnos. Y nos invita a que desconfiemos del mundo y nos entreguemos totalmente a Él. Sus palabras, cargadas de amor, son claras. Sus argumentos, definitivos “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33) “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados; y yo os haré descansar” (Mateo 11:28)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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