LA FINAL IRA DE DIOS

R.V.G. TASKER

Una exposición bíblica.

La expresión “el día del Señor”, tan corriente en la época de los grandes profetas de Israel, significaba para los israelitas aquel día final en que Jehová vindicaría la justicia de su pueblo contra sus enemigos. Una de las tareas de los profetas era insistir en el hecho de que “el día del Señor” sería un día en que Dios vindicaría “su propia justicia” no sólo frente a los enemigos de Israel sino contra Israel mismo. Este “día del Señor” aparece siempre en el Antiguo Testamento como una realidad futura, si bien hubo acontecimientos en la historia que abarca este registro inspirado que fueron verdaderamente días de juicio para Israel y para los pueblos vecinos que lo oprimían. La certeza de este último “día del Señor”, en el que la absoluta justicia de Dios será completamente vindicada y libre de trabas el furor de su ira, pasa al Nuevo Testamento. Y éste es uno, entre otros, de los factores que dan unidad a la teología bíblica. Queda todavía una “ira que ha de venir”, cuando Juan el bautista da su mensaje, inaugurando la edad del cumplimiento a la cual señala el Antiguo Testamento. Un cumplimiento que, sin embargo, no será realizado completamente sino hasta la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo; porque queda todavía una “ira que ha de venir” cuando el Nuevo Testamento termina con las palabras: “Ven, Señor Jesús”.

El propósito principal de la misión de Juan fue capacitar a sus contemporáneos para que escapasen de la ira final; a tal fin señalaba a Cristo, como el Cordero de Dios por cuyo sacrificio expiatorio los pecados del mundo serían quitados (Mt.3:7; Jn.1:29). Pero este Cordero de Dios también está destinado a se, como afirma Juan 5:22, el agente divino del juicio final: “Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo”. Por esta razón, el “día del Señor”, esperado todavía al cierre del Antiguo Testamento, “el día de la ira y el justo juicio de Dios”, como Pablo lo llama en Romanos 2:5, en el Nuevo Testamento es sinónimo del día del retorno de Jesús, el divino Hijo del Hombre, en gloria. Y un elemento esencial de la salvación experimentada por los que se encuentran en el Nuevo Pacto es la anhelante y alegre espera de la gloriosa aparición del Señor y Salvador. Pablo asegura a los Tesalonicenses que, si permanecen fieles, hallarán aquel día completa liberación de la ira que será manifestada (1Ts.1:10). Dios que los llamó (Ro.8:28-30) no los puso para ira sino para alcanzar la salvación final por medio del Señor Jesucristo (1Ts.5:9). Los que eran perseguidos, cuando Pablo escribía su carta, pero permanecieron fieles a pesar de la persecución, recibirían el “reposo, en la manifestación del Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder” (2Ts.1:7). Pero, por otro lado, aquellos que no obedecieron al Evangelio de Jesús y no conocieron a Dios tendrán que afrontar aquel día como un día de ira, en el cual “sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando venga en aquel día” (2Ts.1:9)

En el Nuevo Testamento, por consiguiente, el día final del juicio puede ser llamado no solamente “el día del Señor”, sino que, tal como se le denomina en Apocalipsis 6:17, es también “el día de la ira” (“la ira de Dios y del Cordero”) en completo paralelismo con el Antiguo Testamento. El Apocalipsis de San Juan enseña que por cuanto Cristo mismo bebió la copa de la ira divina preparada para los pecadores en su pasión expiatoria, es también el Agente divino a través del cual la ira divina será finalmente manifestada. Esta parece ser la razón principal por la que se amonesta a los creyentes a no tomarse la venganza por sí mismos. Si lo hicieran usurparían una función que pertenece a Dios exclusivamente y que será ejecutad por su Cristo. Pero, en tanto llega aquel día, los que ejercen autoridad legítima en los gobiernos del mundo y legítimamente se oponen al mal castigando a los trasgresores, pueden considerarse, en un sentido, como ministros de Dios, pues a través de ellos se manifiesta, aunque sea parcialmente, el ministerio de la ira divina (Rom.13:4) Cuando Pablo en Romanos 12:19 advierte a los cristianos: “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor”, está refiriéndose sin duda a la manifestación de la ira divina en su eclosión final el día del juicio.

La presencia del artículo definido en este versículo delante de la palabra “ira” y el hecho de que Pablo cierra su advertencia con la cita de Deuteronomio 32:35, “Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” corrobora nuestra interpretación más allá de toda duda. Viene el día cuando, según el Apocalipsis, el Señor resucitado y ascendido, abrirá los sellos del libro divino de los destinos en el cual están escritos los juicios de Dios Todopoderoso. El Cristo resucitado es el único digno de abrir este libro porque él es al mismo tiempo el Cordero que ha sido inmolado y el todopoderoso León de la tribu de Judá que con su sangre ha comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, linaje y nación (Ap.5:9). El hecho de que el Cordero sea al mismo tiempo el León aumenta el aspecto terrible de su ira, cuando abre los sellos del Libro y desencadena los últimos ayes y plagas que marcarán el fin. Todos cuantos han tenido alguna responsabilidad en los problemas de la humanidad, pero ha obrado de manera contraria a los propósitos de Dios, se esconderán de la ira del Cordero en aquel día según describe gráfica y vívidamente el Apocalipsis.

El Santo Cordero de Dios, mediante sus ángeles, arrojará su hoz en la tierra y vendimiará la viña de la tierra  (llamada así porque es el fruto de una viña en contraste opuesto a la verdadera viña cuyas ramas llevan fruto para Dios) y echará la uvas en el gran lagar de la ira de Dios (Ap.14:19).Cristo es la Palabra de Dios, el Rey de reyes, el Señor de señores, que herirá a las naciones, y las regirá con vara de hierro, y pisará el lagar el vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso (Ap.19:13, 15, 16). Y es él, Jesucristo, el que dará a beber a los pueblos el vino que produce esta viña, el vino mortal de la ira de Dios. Todos los que habrán adorado a la Bestia, o a cualquier otro sustituto del verdadero Dios, y todos cuantos hayan perseguido al pueblo de Dios “beberán del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira” (Ap.14:10). En 15:7 se usa una metáfora algo diferente. A los que siete ángeles se les dan siete copas de oro llenas de la ira de Dios para que derramen su contenido sobre la tierra. Por medio de estas figuras y sim bolos el libro del Apocalipsis enseña, sin lugar a dudas, la última y completa efusión de la ira divina sobre el mundo.

Los veinticuatro ancianos, que representan la Iglesia de Dios, son presentados en actitud de alabanza y adoración al Señor porque ha vindicado de manera absoluta y suprema su justicia y porque la ira divina ha demostrado ser más fuerte que el rugir vano de las naciones. Así, los siervos de Dios, los profetas y los santos, tanto grandes como pequeños, han recibió su galardón (Ap.11:18). Porque, por grandes y terribles que sean los desastres que sobrevendrán a la tierra, cuando los vasos de la ira sean vaciados, no alcanzarán a los siervos de Dios cuyas frentes están selladas con el bendito nombre de su Redentor, y cuyos nombres están escritos en el libro de la vida del Cordero (Ap.7:3; 3:5). Para los redimidos, espera un paraíso mucho más sublime que el que Adán perdió, lugar de inefables bendiciones en donde verá a Dios, le adorarán y le gozarán eternamente. “Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno; porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos” (Ap.7:15-18)

 

 

 

 

 

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