EL CELIBATO
Por Antonio Martínez
(Recojo parte, dejando la cuestión evolutiva histórica de la
cuestión, y solamente expongo unos apuntes que el autor hizo en un libro
titulado: “Catolicismo Y Biblia” - 1976)
El hombre ha sido creado en cuerpo y espíritu con vistas al
matrimonio. Y sin embargo, hay hombres que con pleno conocimiento y gran
alegría renuncian al matrimonio. Lo hacen “por amor al reino de los cielos”
(Catecismo Holandés). La cuestión vuelve a replantearse. Y con inusitada
fuerza. Porque no todos los que al servicio de Dios se han entrego renuncian “con
gran alegría” a lo que consideran, con razón, institución dispuesta por Dios
mismo para bien de todo hombre, cualquiera que se su condición.
Buen número de prelados brasileños participantes del Concilio
Vaticano II presentaron en la Secretaría un documento exponiendo su propósito
de tratar en asamblea el problema del celibato eclesiástico en la iglesia
latina. La reacción del papa Pablo VI fue contundente, no ser “oportuno un debate
público sobre este tema que exige suma prudencia y que tiene tan grande
importancia”. Así, de un brutal plumazo, la libertad del concilio fue anulada.
Pese a ser algo de “tan grande importancia”, bastó el veto del papa para
revalidar la ley del celibato estricto y obligatorio. Los obispos brasileños
insistieron. Alegaron el hecho de que la obligación del celibato influye
negativamente en el alistamiento de nuevos sacerdotes en América del Sur. En
América, y en otras partes del mundo. Así lo reconoció el obispo coadjutor de
Lyon, cuando ante un auditorio de obispos y sacerdotes afirmó que “ya no podía
ser por más tiempo tabú el discutir la ley del celibato y el abogar por su
eventual supresión”. Adujo tes razones: 1) Promovería el número de vocaciones
al sacerdocio; 2) No impediría para que buen número de sacerdotes que lo
estimasen oportuno siguiesen célibes, como ocurre en la iglesia católica de
rito oriental; 3) Siempre será preferible ver sacerdotes legalmente casados que
viviendo infieles a su voto de castidad.
Evidentemente, ni Cristo ni sus Apóstoles impusieron como
requisito para ser ministros religiosos el celibato. Instrucciones abundan en
las Epístolas Pastorales que contemplan el matrimonio como estado normal de cuantos
sirven a Dios. Los obispos y diáconos ha de ser “maridos de una sola mujer”
(1Tm.3:2; Tito 1:6) El matrimonio es “honroso en todos” (Hb.13:4), y la unión
matrimonial es comparada en rango y trascendencia a la unión de Cristo con su
Iglesia (Ef.5:25) La Biblia y la experiencia atestiguan de que el estado
matrimonial no ha sido, ni es ni será nunca inferior al celibato. Y, por otro
lado, si cabe, no deja de ser mucho más seguro, normal y humano. ¿Puede un
hombre vivir sin necesidad del matrimonio y en respuesta a una vocación
auténtica entregarse de lleno a un apostolado que glorifique a Cristo, sin
tener el “don de continencia? San Pablo,
al parecer, o era viudo o era célibe. Dijo: “Digo a los solteros y alas viudas,
que bueno les fuera quedarse como yo; pero si no tienen don de continencia, cásense,
pues mejor es casarse que estarse quemando” (1Cor.7:7-8) ¡Ahí está el quid de
la cuestión: tener o no tener el don de continencia!
(Añado que el apóstol
Pedro estuvo casado (Mr.1:30. Al igual que los sacerdotes que servían a Dios en
el Antiguo Testamento, y Dios no lo recriminó ni lo prohibió, en cambio, si se
nos dice que, en los últimos tiempos, habría personas que “prohibirán casarse”
(1Tm.4:3) Siendo una institución divina el incumplimiento de la enseñanza de las Sagradas Escrituras sería ir en contra de lo dispuesto en el plan de Dios (Mr.10:7-8) Solamente cuando cuando uno esté en el reino de los cielos dejará de existir el matrimonio (Mr.12:25)
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