QUINTO SELLO
Dr. Samuel Pérez Millos
Ap.6:9-11
“Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de
los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio
que tenían (v.9)
En su acción celestial, el Cordero que había abierto los
cuatro sellos anteriores, abre ahora el quinto. La apertura de este sello, no
va a producir acciones inmediatas en la tierra, como ocurrió con los
precedentes. En esta ocasión establece una relación vinculada directamente con
el cielo. El es notable ya que de un aspecto de sala del Rey donde está el
trono, pasa a convertirse en un santuario donde aparece un altar. En su
observación Juan contempla un altar en el cielo. La pregunta surge
habitualmente: ¿Qué altar es este? En el santuario terrenal, figura en cierta
medida del celestial, había dos altares: uno estaba situado en el atrio
exterior y se llamaba el altar de bronce, lugar donde se quemaban los
sacrificios (Éx.27:18); el otro estaba en el interior del santuario en el Lugar
Santo, delante del velo que separaba el Santo del Santísimo. Este era de oro y
sobre él se quemaba el incienso (Éx.30:1-10)
Dios no está tan interesado en detalles sino en aspectos
generales. Siendo una visión celestial no se trata de determinar si en el cielo
hay un altar o más de uno y si son reales o figurativos. No se trata de enseñar
que en el cielo haya, como ocurría en el santuario terrenal, un altar del
sacrificio y otro del incienso. Los valores celestiales y la revelación de
cosas correspondientes al cielo deben interpretarse y valorarse como asuntos
que son de una dimensión espiritual y que se describen con palabras propias de
una dimensión material, terrenal o temporal. Lo único importante es que se
aprecia un altar que vincula el “Salón del Trono” con el “Templo del Altísimo”.
Si la figura es del Santuario celestial porque a ello se vincula y relaciona la
enseñanza y la revelación, es necesario entender que lo que Dios pretende que
se conozca es que, lo mismo que figura del trono habla de la presencia en el
ejercicio de soberanía de Dios que reina sobre cielos y tierra, ahora la visión
tiene que ver con el santuario en que se adora al Dios de santidad y justicia,
y este aspecto tiene unas consecuencias determinadas. Establecer valores
absolutos a revelaciones generales conducirá inevitablemente a errores.
Juan ve bajo el altar, “las almas de los que habían sido
muertos”, literalmente del os degollados. Se trata de una muerte violenta
producido por la acción del que monta el caballo y al que se le llama muerte.
¿Quiénes son estos mártires? No parece probable que Juan se esté refiriendo a
cualquier martirio ocurrido durante la historia de la Iglesia. Es más, debiera
entenderse que la panorámica histórica del libro comprende el tiempo de la
tribulación en el que, la iglesia no debe estar presente en la tierra (Ap.3:10;
1Ts,1:10) Juan habla de las almas, cuál es el significado de esta palabra en
el contexto. La palabra alma, especialmente en el hebreo se usa para designar hombres
o animales (Gén.1:20; Éx.1:5). Eb la teología antropológica hebrea el hombre
es, en este sentido, no un cuerpo y un alma, sino un cuerpo- alma, es decir,
una unidad de vida. En ocasiones el alma se vincula a la persona o incluso al
cuerpo humano, de manera que se dice que el alma puede tener hambre o sed
(Sal.107), o algo que puede ser entristecido (Gén.42:21), en esta manera denota
el yo mismo (Job.16:4; Sal.124:7). Siguiendo el desarrollo del concepto, alma
puede usarse para referirse al principio de vida en el hombre o en el animal
(Gén.37:21), e incluso para referirse al cuerpo muerto (Núm.19:11) El alma es
una referencia al individuo en su totalidad.
En el Nuevo Testamento la progresión de revelación conduce a
entender el alma como principio de la vida (Hch.20:10) el cual se expresa
personificado (Hch.2:43), y siempre con la idea de una entidad espiritual que
perpetúa después de la muerte. Este es el sentido en que debe entenderse aquí
la visión de “las almas de aquellos que habían sido muertos”. Son personas a
las que se le había privado de la vida física, por esta razón Juan dice, en una
visión que transciende al tiempo de aquellos, que había visto “las almas” y no
los muertos. Esa es la verdad que Jesús expresa cuando dijo: “No temáis a los
que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que
puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mt.10:28)
En segundo lugar, Juan ve las almas bajo el altar. Está
utilizando una figura que corresponde a los sacrificios del Antiguo Testamento.
Dios enseñó que la vida está en la sangre (Lv.17:11) y esta se vería alrededor
del altar del sacrificio donde se quemaba la víctima, cuya sangre, figura de su
vida, discurría por debajo del altar. Los muertos que habían sido asesinados se
los ve como si se tratase de un sacrificio. De la misma manera se contempla al
Cordero como inmolado. A los santos se les representa aquí como inmolados en
sacrificio.
En tercer lugar, Juan da las razones de la muerte de estos
creyentes. La primera causa fue por “la palabra de Dios”, eran gentes
obedientes y leales a la Palabra. La Palabra se usa también para referirse al
evangelio que Dios ha dado a los hombres, al que Pablo llama: “la palabra de la
cruz (1Cor.1:18) Este evangelio de la gracia comprende tanto la muerte como la
resurrección y glorificación de Jesucristo. El que acepta la palabra del
evangelio acepta incuestionablemente el señorío de Cristo. Para el cristiano
sólo hay un Señor, y es Jesús. La lealtad a la Palabra los pone en conflicto
con el mundo y su sistema introduciéndolos en la experiencia de morir por
Cristo, en la una expresión de fidelidad consecuente con su fe (2:10)
La segunda razón de su muerte fue “a causa del testimonio que
tenían”. Debe apreciarse aquí que no es por el testimonio de daban, sino por el
testimonio que tenían. Era el testimonio que había sido dado por Jesús, el
testigo fiel y verdadero (3:14) y que ellos habían aceptado y asumido
plenamente, no sólo por convicción mental, sino por principio vital de vida
(Fil.1:21) Debemos llegar, pues, a una
conclusión: estos muertos por el testimonio que tenían y por fidelidad a la
Palabra, no son los mártires de la Iglesia, sino los primeros muertos en el
tiempo de la tribulación, cuya dimensión se apreciará más adelante (7:9) Estos
han sido objeto de la persecución del Anticristo y han sellado con su vida la
fidelidad que corresponde a quienes son verdaderamente creyentes en Cristo.
¿Cómo llegaron al conocimiento de Cristo? El evangelio de la gracia será
predicado a todas las naciones de la tierra, cumpliendo así lo que Jesús había
anunciado en el discurso del Monte de los Olivos (Mt.24:14), y producirá una
abundantísima cosecha de salvos en todas las naciones del mundo, muchos de los
cuales morirán por su fe.
“Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo Señor, santo
y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?”
(v.10)
Juna recoge y traslada la oración de ese grupo de mártires.
Es una oración imprecatoria, como muchas de las que aparecen en los Salmos. La
primera observación que surge de la lectura del texto, es que estos que claman
están conscientes delante de Dios. La enseñanza de que el alma de los que mueren,
entre ellos los salvos, permanece inconsciente en el sepulcro juntamente con el
cuerpo en un descanso hasta la resurrección, carece de base bíblica. Los
mártires están conscientes en la presencia del Señor puesto que oran, y son
conscientes también de la compañía de todos los restantes, puesto que se
dirigen al Señor usando el plural “nuestra sangre”. Se manifiestan también con
emociones, expresadas en deseos personales. Esta verdad concuerda plenamente
con el deseo del apóstol Pablo: “partir y estar con Cristo, lo cual es
muchísimo mejor” (Fil.1:23) El partir del creyente es para estar con Cristo disfrutando
de su presencia. Pablo sabe que al partir de esta vida inmediatamente se está
con Cristo. Es la enseñanza general de la Biblia (cf.Sal.16:11; 17:15; Mt.8:11;
Lc.16:25; Jn.17:24; 1Cor.13:12; Heb.12:23)
Esta oración contiene una pregunta muy intensa: “¿Hasta cuándo?”.
Ellos estaban seguros de que Dios actuaría en justicia y que el tiempo para
concluir con la situación de injusticia en la tierra que causó la muerte de
todos ellos, tendría un final. Es una pregunta que espera la respuesta concreta
del tiempo de Dios que ellos no conocen. No es tanto una pregunta
reivindicativa sino de necesidad. Aquellos esperaban el tiempo de Dios y
deseaban conocer el alcance temporal de la persecución de los creyentes sobre
la tierra.
La oración se dirige a Dios a quien le dan tres títulos: El
primero es del de Soberano, referido al que ejerce autoridad como dueño
absoluto (véase Lc.2:29; Hch.4:24) En segundo título que dan en su oración es
el de Santo, realmente en el texto griego aparece como un adjetivo que califica
al sujeto de la oración que es Dios. Santo expresa la idea de separado de toda
imperfección, por esa causa deberá actuar en justicia contra los que inicuamente
trataron a los suyos causándoles la muerte. En tercer lugar, le llaman, verdadero;
y implica la exigencia de actuar con fidelidad. Dios había registrado promesas
de ayuda y justicia para quienes le aman y, con toda certeza, las cumple por
cuanto es fiel. Es Aquel que dice de sí mismo: “una vez he jurado por mi
santidad y no mentiré” (Sal.89:35)
“Y se les dieron vestiduras blancas, y se le dijo que
descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus
consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos” (v.11)
Los mártires reciben un adorno de gracia, vestiduras blancas,
que son símbolo de santidad y de victoria. Habían sido derrotados por cuanto
estaban muertos, pero esto es a la vista o desde la perspectiva de los hombres.
Muertos por los hombres viven para Dios y son más que vencedores por la fe en
Cristo. Los vestidos propios de los santos y de los ángeles cuando se
manifestaron personalmente en alguna ocasión Las vestiduras blancas son símbolo
de bendición, mientras esperan el momento de la manifestación final y perfecta
en el retorno de Cristo cuando se produciría para ellos también la resurrección
del cuerpo. Son como las arras de la primera resurrección (Ap.20:4-6), pudiendo
gustar ya de la gloria del triunfo del Señor en el cual son partícipes.
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