SÉPTIMA TROMPETA

Simón J. KISTEMAKER

Ap.11:15-19

“El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo, y él reinará por los siglos de los siglos” (11:15)

Antes Juan escribió acerca del séptimo ángel que tocaba la trompeta para indicar que se acercaba el final de los tiempos (10:7). Y ahora describe al ángel que toca la trompeta y su ambiente. El telón de fondo es el cielo, donde voces fuertes cantan alabanzas a Dios y a su Cristo. No se nos dice quiénes cantaban. Lo que podemos decir es que las voces son las de quienes moran en el cielo. Estas voces declaran que el reino del mundo ahora pertenece a “nuestro Señor y su Cristo”. Esto quiere decir que Satanás, quien tentó a Jesús ofreciéndole el reino del mundo, ya no es su dueño (Mt.4:8-9; Lc.4:5-6). Basado en el Antiguo Testamento, Juan revela que el reino pertenece a Dios y a su Cristo (Sal.2:2, 8-9; 22:28; Dn.7:14; Abd.21). Hay un solo reino, no dos. Hay un solo Dios, no dos. Nótese cómo en Apocalipsis Juan atribuye divinamente a Jesús cuando lo menciona junto a Dios. He aquí dos ejemplos, con la bastardilla añadida: “Serán sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con él mil años” (20:6) “El trono de Dios y del Cordero estará en él, y sus siervos lo servirán” (22:3)

En Apocalipsis, Juan enseña que tanto Dios como Cristo son llamados rey, porque son dignos de alabanza y adoración. Por ejemplo, el saludo trinitario describe a Jesucristo como “soberano de los reyes de la tierra” (1:5). El cántico de Moisés y del Cordero se dirige a Dios “el rey de las edades” 15:3). Cristo hizo que su pueblo fuera un reino y sacerdotes (1:6; 5:10), pero el reino pertenece tanto a Cristo como a Dios (11:15; 12:10). La soberanía de Cristo y de Dios es la misma, porque Dios gobierna a su reino por medio de su Hijo. Cristo ha sido en su reino siempre (Sal.110:1); pronunció su discurso de entronización antes de su ascensión: “Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra” (Mt.28:18). Cuando el último enemigo, a saber, la muerte, queda destruido, entonces llega el fin, y entregará el reino a Dios el Padre (1Cor.15:24-28). Esto no quiere decir que entonces dejará de ser soberano; reinará por los siglos de los siglos.

El texto se fija en la victoria que Cristo ha logrado y simplemente afirma: “El reino del mundo se ha convertido en el reino de nuestro Señor y de su Cristo”. Desde la perspectiva de Juan, se ha producido la derrota completa de Satanás y sus secuaces. Eran usurpadores del poder del mundo; ahora Cristo es el vencedor y reinará eternamente: “¡Su dominio es un dominio eterno, que no pasará, y su reino jamás será destruido!” (Dn.7:14; véase también 2:44; 7:27; Sal.10:16)

“Y los veinticuatro ancianos que estaban sentados delante de Dios en sus tronos, se postraron sobre sus rostros, y adoraron a Dios” (v.16)

Los veinticuatro ancianos sentados en los veinticuatro tronos representar a los santos en el cielo (Ap.4:44, 10; 5:8;11:16; 19:4).  Han recibido el privilegio de rodear el trono de Dios y están más cerca de su trono que los ángeles. La humanidad redimida, sentada en tronos delante de Dios, tiene el privilegio de gobernar con Cristo (3:21). Estos veinticuatro ancianos toman la iniciativa en la adoración, postrándose en la presencia de Dio. Son los que expresan acción de gracias y alabanza por la redención llevada a cabo para su propio beneficio por Hijo de Dios. Mientras el coro en el cielo canta un himno de victoria a Dios y Cristo por hace suyo con todo derecho el reino del mundo, los veinticuatro ancianos cantan su propio himno de alabanza para expresar su gratitud. La obra de la redención ha sido completada y ha llegado el momento de rendir honra, alabanza y gloria al Señor Dios Todopoderoso.

“Diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y que has de venir, porque has tomado tu gran poder, y has reinado” (v.17)

Los veinticuatro ancianos, como representantes de la iglesia, expresan su gratitud no a Cristo sino al Padre, al que llaman Señor Dios, Todopoderoso. Encargó a su Hijo que redimiera a su pueblo, que personara sus pecados, que les concediera vida eterna y que les enseñara su palabra Ahora los ancianos dan gracias a Dios, quien es su soberano y Dios todopoderoso. Sus palabras de acción de gracias muestran un trasfondo judío típico, demostrado en el Salmo de gratitud de David y en el Salterio (1Crón.16:8, 26; Sal.105;1; 106:1, 47; 136:1-4) La frase el que es y que era” recuerda 1:4, 8; 4:8, pero no incluye la tercera parte “el que ha de venir”. Juan tomó es tercera parte del Antiguo Testamente (Sal.96:13; 98:9), donde Dios viene para salvar y juzgar. Los primeros cristianos identificaron su venida con la de Jesucristo al mirar hacia el retorno de Cristo.

La cláusula siguiente, “porque has tomado tu gran poder y has comenzado a reinar”, es una afirmación de que Dios derrota a sus adversarios y asume con todo derecho su poder de gobernar sobre su creación en el cielo y en la tierra Nótese que se utiliza en el verbo tomar el tiempo perfecto. Esto quiere decir que ningún poder volverá jamás a surgir contra Dios para quitarle su autoridad, como en el caso de Satanás, llamado “el príncipe de este mundo” (Jn.12:31; 14:30; 16:11; 2Cor.4:4; Ef.22; 1Jn.4:4; 5:19) En griego, Juan subraya el adjetivo grande al escribir “gran poder”. El poder de Dios dirigido contra sus oponentes es asombroso, porque “¡terrible cosa es caer en las manos del Dios vivo!” (Heb.10:31) Cuando sus enemigos caen, el Señor Dios comienza su reinado sin límites. Los veinticuatro ancianos, mirando hacia la labor realizada de redención, se regocijan del triunfo de Cristo y de su gobierno absoluto sobre todo el universo. Este gobierno indica que el reinado de Satanás ha concluido y que ha llegado el tiempo de juicio.

“Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra” (v.18)

“Y las naciones estaban enojadas, pero tu ira ha llegado”. Dos cláusulas paralelas, que reflejan las palabras de David en el Salmo 2, habla de enojo e ira. Este Salmo menciona que las naciones se rebelan contra Dios y su Ungido. Pero “el rey de los cielos se ríe”, porque “en su enojo los reprende, en su furor los intimida” (Sal.2:1-5, 12; Hch.4:35-27; comparar con Jeremías 30:23-24). Israel y el imperio romano, representados por el sumo sacerdote con el Sanedrín y Poncio Pilato respectivamente, clavaron a Jesús en la cruz y luego persiguieron a sus seguidores. Pero el enojo y la ira de Dios difieren del enojo y la ira de los enemigos de Dios. Mientas que éstos dirigen su furia con Dios para destruir su reino y pisotear todo lo que es santo (Sal.2:2), Dios dirige su venganza contra las naciones para someterlas a la justicia y al fin que están destinas.

“Y ha llegado el tiempo de juzgar a los muertos”. Juan no alude al tiempo cronológico sino al momento justo que Dios ordenó para el día del juicio. Es el tiempo que Dios estableció para el último juicio. El sexto sello (6:17), la séptima trompeta (11:18) y la sexta copa (16:14) se refieren todos al momento en que llaga el gran día del juicio. Juan presenta Apocalipsis en una forma cíclica y completa la revelación de Dios desde perspectivas diferentes. El término los muertos se encuentra ocho veces en Apocalipsis y significa todos los que han muerto. Más en concreto, puede significar a los creyentes o los incrédulos. Por ejemplo, “Benditos son los muertos      que mueren en el Señor de ahora en adelante” 14:13) y “Y el resto de los muertos no vivieron sino hasta que los mil años se hubieron completado” (20:5). Aquí, al igual que en 20:12-13, el término alude a todos: unos reciben recompensa, y otros condenados. “Y de destruir a los que están destruyendo la tierra”.

“Y el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo. Y hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto y grande granizo” (v.19)

“Y se abrió el templo de Dios en el cielo y apareció su arca en su templo”. Los veinticuatro ancianos han finalizado su himno de alabanza, y ahora Juan responde con la descripción del templo de Dios en el cielo. Es el lugar santo donde mora Dios y que constituye su sagrada presencia. Desde que se desgarró la cortina que separaba el lugar santísimo del lugar santo, que expuesta a la vista el arca del pacto. Entendemos la visión en forma simbólica, porque el templo terrenal ya no existía cuando Juan escribió Apocalipsis (7:15; 15:5, 8). La expresión templo en este libro significa la presencia misma de Dios, y Juan mira al templo desde la perspectiva de la tierra hacia el cielo. El autor de Apocalipsis menciona de manera repetida estos eventos naturales (4:5; 8:5; 11:19; 16:18, 21) El capítulo 11 señala la venida del día del juicio.

 

 

 

 

 

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