LA FRUSTACIÓN HUMANA

Dr. en Psiquiatría

José Manuel Campa

Según el Diccionario, el término “frustración” tiene estas dos acepciones: “No obtener lo que se espera” y “fallido, vano, infructuoso”. Dicho término se deriva del verbo “frustrar”, que a su vez tiene los siguientes significados: “Privar a alguien de lo que esperaba o deseaba” y “dejar sin efecto un propósito contra la intención de quien quería llevarlo a cabo”. La frustración es un ingrediente, muy importante, de la forma en que el hombre vivencia su propia vida y se vivencia a sí mismo. Para estudiar la frustración es necesario tener en cuenta que ésta constituye un fenómeno que se da en el hombre, y éste, “sigue siendo una incógnita”. No obstante, hay que preguntarse acerca del ser humano como ya lo hicieran el rey David y el patriarca Job en estos términos: “¿Qué es el hombre?” La respuesta a esta pregunta, que ha gravitado en el pensamiento de la Humanidad a través de todo su devenir histórico, constituye un punto de partida, fundamental, para poder llegar a esclarecer el sentido de la frustración humana; dado que dicha frustración se verifica, es decir, “se da” en el hombre, resulta totalmente imprescindible conocer al sujeto donde se manifiesta la frustración. A la pregunta “¿qué es el hombre?” consideramos que, hasta el momento histórico actual, se ha respondido de tres maneras: diciendo que el hombre es “imagen y semejanza de Dios”: que es simplemente, Adán, o que es “una carga para sí mismo”. 

¿Qué se quiere significar con la aportación teológica desprendida de Génesis 1:26-27? Evidentemente, esta definición implica un rechazo a los conceptos clásicos antropológicos. Será necesario detenernos en el análisis exegético de algunos términos bíblicos. El primero de ellos es el que se refiere al Ser Supremo, a Dios, en hebreo ELOHIM. Este término significa, literalmente, “UNO en el que hay VARIOS”. Esta es la definición más auténtica, en el sentido bíblico, de ese Ser al que los hombres denominamos “Dios”. Al ser Dios “Uno en el que hay Varios”, resulta evidente que Dios es UNA PERSONA COLECTIVA. Si el hombre se define como “imagen y semejanza de Dios”, tiene que ser imagen y semejanza de una persona colectiva; y efectivamente, bajo el punto de vista teológico, así es. Adán, en hebreo, es ADAMAH, que significa “tomado de la tierra” (concepto interesante para estudiar los posibles puntos de “encuentro” entre las teorías evolucionistas y creacionistas enfrentadas, dialécticamente, hasta el momento presente). Según el relato del Génesis, Adán significa “el Hombre”, que, en principio, supone un nombre colectivo para los diversos individuos que podían constituir la Humanidad (Génesis 1:26-27; Génesis 5:1-2; Eclesiastés 7:29). En este sentido, la “realización del hombre se produciría deveniéndose de forma colectiva, lo que nunca supone, en el sentido de la Revelación cristiana, una realización dentro del marco de un colectivismo autoritario y dictatorial que reprima los derechos inalienables inherentes a la libertad de los individuos. 

Se han dado diversas experiencias históricas de realización colectiva, que han permanecido más o menos productivas durante períodos de tiempo diferentes, pero que a la postre han abocado al fracaso de convivencias comunitarias, y esto seguramente debido a que el egoísmo del hombre se impone como elemento antagonista a su devenir comunitario. Del mismo corazón del hombre nacen la conciencia de convivencia comunitaria y los elementos que la impiden; por eso, el ser humano se deviene, intrapsíquicamente, en la esfera de su intimidad, como un ser contradictorio. La insolidaridad humana es una fuente permanente de frustraciones. En este sentido tenemos que matizar que hay una relación entre “frustración” y “falta de esperanza”. La falta de esperanza vendría definida, en el contexto sociológico y antropológico como “desesperación”. La ESPERANZA tiene como infraestructura la FE y la fe, según el autor de la epístola a los Hebreos, (11:1), “es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”.  El individuo el término que se emplea para aludir a la fe es la palabra EMUNAH, que significa “certidumbre”. La esperanza es vivir “el YA, pero TODAVÍA NO”, es la realización vivencial y existencial, aquí y ahora, de la proyección escatológica de la fe. La fe es, pues, la certidumbre de lo incierto. Para que toda esa realidad pneumática (espiritual) pueda ser vivenciada como proceso integrador, por el hombre, es imprescindible que se efectúe un cambio, profundo, en las estructuras anímicas del ser humano. El “hombre viejo” (el hombre “adámico”) debe ser transformado por la acción de Dios en un “hombre nuevo”. En este sentido, la transformación del hombre no dependerá tanto de los cambios sociológicos, culturales, económicos y políticos que se verifiquen en su entorno (perístasis o medio en el que el hombre vive y se relaciona), sino más bien de una metamorfosis desde dentro de sí mismo. 

Este hombre nuevo, que habrá sido transformado desde la esfera de su intimidad, podrá, ahora verter, en su medio, los nuevos contenidos de su conciencia liberada, para que la libertad, la igualdad y la fraternidad sean posibles. La historia de la Humanidad es la historia del hombre vivenciándose como un ser frustrado, tanto a nivel individual como colectivo. Cuando en algunos momentos, más optimistas de esta historia, el hombre pensaba que estaba empezando a establecerse el paraíso terrenal -¡tan anhelado!-, la realidad venía siempre a dar al traste con sus aspiraciones. La llamada “bella época” que precedió al estallido de la primera conflagración mundial, así como los movimientos de fraternidad universal (la Internacional obrera “proletarios del mundo entero unidos”), con sus ideales de igualdad, solidaridad, paz, fraternidad y libertad se vieron cercenados por la guerra de 1914 a 1918, que suponía la primación de intereses individuales en detrimento de los más universales de todos los hombres. Posteriormente, la guerra civil española (1936-1939) vino a poner de manifiesto que no sólo el egoísmo insolidario y la dureza de corazón podían levantarse como una barrera entre los pueblos, sino que en el seno de una misma familia se abrieron abismos de incomunicación y de desamor que todavía no han sido superados. Finalmente, la segunda guerra mundial, con su barbarie, hizo descubrir, al mundo, que el ser humano almacena, en lo más profundo de su corazón, las razones básicas de sus frustraciones y de la creación de su mundo insolidario. Por otro lado, quedaba demostrado, de forma patética y flagrante, que el hombre solo (con sus propios recursos individuales y sociales) no está capacitado para superar sus frustraciones, especialmente su frustración existencial, y que necesita de alguien que le ayude, de forma generosa, a superar su alienación existencial. Además de las consideraciones que sobre el hombre llevamos hechas, queremos seguir apuntando algunas otras. Una de las causas de frustración es la disociación establecida entre el hombre y la naturaleza. 

El socialismo científico (Marxismo), a través de uno de sus más egregios expositores, Federico Engels (“El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”), criticó la ideología del cristianismo del siglo XIX (antítesis o dualismo entre el espíritu y la materia, el hombre y la naturaleza, el alma y el cuerpo); el socialismo científico, al favorecer la industrialización de los pueblos y el desarrollo del sistema capitalista, como medio de realización social y colectiva, cayó en el mismo error que criticaba (véase el libro de Miguel Delibes, “Un mundo que agoniza”). El Génesis, en sus primeros capítulos, nos pone de manifiesto la relación primitiva o primaria del hombre con la tierra (capítulos 1, 2 y 3), que podríamos sintetizar en los siguientes aspectos: propiedad comunitaria de la tierra; no parcelamiento de dicha propiedad; descanso semanal; el hombre como dueño de los medios de producción; ni explotadores ni explotados, ni dueños ni esclavos. En este primer estadio de la Revelación cristiana el trabajo aparece como un medio de realiización del hombre. Bajo el punto de vista teológico estamos ubicados en una situación pre-amártica (el término griego “amartia” significa pecado, fracaso y frustración), es decir, en un período de tiempo que precede al momento histórico (en el sentido de la Historia de la Salvación) conocido como “la caída del hombre”. Posteriormente, el trabajo vino a constituirse en un elemento importante de la alienación humana. Si bien el concepto científico de la alienación no empezó a ser clarificado hasta los siglos XVIII y XIX (Carlos Marx, en “Manuscritos económicos y filosóficos”, de 1844, aunque antes el término “alineación” había sido empleado por Hegel y Feuerbach), y fue gestado a lo largo de toda la experiencia histórico-laboral del hombre; hasta tal punto, que en el día de hoy se han distorsionado tanto las condiciones básicas, idóneas, para que el trabajo sea un medio de realización del ser humano que no sólo hablamos de la patología del trabajo, sino también de la del paro y de la jubilación.

El análisis etimológico del término “alienación” nos lleva a descubrir que esta palabra es una variante culta de “enajenación”, que a su vez deriva de “ajeno”; “alienación” procede del latín ALIENUS, y éste de la voz ALIUS, que significa “otro”. Se aplica, en este último sentido, a las enfermedades mentales, como la de “hacerse otro en la locura” (esta enfermedad se utiliza como mecanismo de defensa ante la angustia; en este sentido descubrimos delirios de identificación con la naturaleza, místico-religiosos, etc.), o “ser extraño a uno mismo”. El individuo un estudio del hombre, en la Historia en relación con la alienación y la frustración, distingue las siguientes etapas significativas: “Homo Faber, Homo Sapiens y Homo Consumens”. El último tipo de hombre descrito pone de manifiesto que la sabiduría humana, hasta el momento presente, no ha sido capaz de resolver el problema de la frustración y de la alienación de la humanidad; antes, al contrario, el desarrollo tecnológico y científico ha favorecido que el hombre haya caído en la trampa de su propio progreso. Con la invención del cambio y del dinero, el objeto creado por el hombre cobra un poder independiente, del hombre mismo, y domina sobre él. En este sentido, y desde la perspectiva de la alternativa que el cristianismo ofrece a la humanidad, el enfrentamiento dialéctico entre “Dios y el dinero” (Sermón de la Montaña) sigue teniendo plena vigencia. Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin (Ecl.3: 1)

Recopilado.

Juan Bta. García Serna

 

 

 

 

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