MUJER Y FEMINISMO EN LA BIBLIA
José Manuel González Campa/Dr. en Psiquiatría
Transcribo este artículo que, aunque se escribió en abril del año 1981, cobra de nuevo actualidad, ya que hay cosas que no cambian, siguen en la actualidad, aunque trascurra el tiempo.
“Después de la poligamia, ya descrita en el libro del Génesis, si damos un salto exegético y pasamos al libro de Deuteronomio, nos encontramos con el problema del divorcio, prácticamente institucionado. Dios lo permitió, pero “al principio no fue así”, y Dios no se manifiesta de acuerdo con esta situación. Al hacer una investigación etiopatogénica del fenómeno, lo interpreta de la siguiente manera: “Por la dureza de vuestro corazón” se os concedió el divorcio. Si seguimos estudiando la Escritura en este devenir histórico de la institución familiar nos encontramos con el problema del adulterio e incluso la prostitución dentro del seno de la misma familia.
Al finalizar el ministerio profético veterotestamentario, se produce un cambio espectacular, y en esto quisiera llamar especialmente la atención de los jóvenes; la familia institución es seriamente criticada, para resolver y retornar al sentido primogénito, no institucionado, de la misma. En este sentido tenemos que decir que en cuanto al devenir histórico de la familia la Biblia está de vuelta de todo. Todos los ensayos para superar la familia institución están abocados al fracaso; quienes conocen el mensaje del libro de Eclesiastés saben que una parte del contenido del dicho mensaje presenta “a las cosas” dando vueltas en círculos concéntricos y reiterativos, para volver de su punto de partida a su punto de origen. Todo ha sido ensayado: la poligamia, la poliandra, la promiscuidad sexual, las comunas, las familias culturales. Todo está probado y esta experiencia la denuncia la Escritura.
Al final del Antiguo Testamento encontramos un precioso mensaje del profeta Malaquías en el que se vuelve al principio, a lo que Dios instituyó: “Más diréis: ¿Por qué? Porque Jehová ha atestiguado entre ti y la mujer de tu juventud, contra la cual has sido desleal, siendo ella tu compañera, y la mujer de tu pacto” (Malaquías 2:14) Cuando la familia está al servicio de las motivaciones contenidas en la Revelación de Dios y cumple con sus fines de comunicación, no tienen sentido las reivindicaciones de los “hombres”, ni de las “mujeres” en la forma que se plantean hoy. Se parte de la concepción dualista del matrimonio, es decir, se considera que el mismo está integrado por dos personas, lo cual no es cierto si miramos al sentido profundo de la Revelación Bíblica.
En los propósitos de Dios, NUNCA fueron dos. Según la Escritura el matrimonio es uno, y somos los seres humanos los que lo convertimos en dos. Con la entrada del pecado se dividió el sentido de la persona colectiva y surgió el individualismo monopolista y desestructurado. Ya no son uno, sino dos. Si alguien preguntara en qué sentido tiene que ser uno, habría que responder que, prácticamente, en todo; es decir, que el hombre y la mujer, en este sentido que estamos tratando, son paritarios e iguales. En Mateo 19:4 se dice lo siguiente: “¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa? Él, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo?” “Varón y hembra”, traducido literalmente es “masculino y femenino”, así que podríamos leer: “¿No habéis leído que el que los hizo al principio, masculino y femenino los hizo? Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. La palabra que aquí se traduce por “carne” se puede traducir también por “ser vivo” y nada menos que por “hombre”.
De dos individuos, Dios hizo una sola persona; dicho de otra manera, la mujer es también hombre, o sea, Adán (Gén.5:2). A veces no tomamos en consideración esta realidad, razón por la cual surgen muchos problemas prácticos en nuestras iglesias. Cuando Dios hizo al hombre, lo hizo varón y hembra, varón y varona; siendo así, ¿cómo la mujer reivindica derechos femeninos, si ella es también el hombre? LOS DERECHOS SON DE LOS DOS; ASÍ COMO LAS OBLIGACIONES.
Si hay algo que hablar, la igualdad del hombre y de la mujer en cuanto a relaciones en la esfera de la intimidad se refiere, se encuentra en 1º Corintios 7:4: “La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer. No os neguéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento, para ocuparos sosegadamente en la oración; y volver a juntaros en uno, para que no os tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia”.
Hay aquí una palabra fundamental y clara y es el “mutuo consentimiento o mutuo acuerdo”. Si tuviésemos que traducir y trasliterar al castellano esta palabra, lo haríamos por el término “sinfonía”. El mutuo acuerdo que tiene que ver con la esfera de la intimidad afectiva y trascendente de un matrimonio, es una sinfonía, es decir, un acorde armonioso, “en unanimidad”. Así que la identidad en la igualdad, en la esfera de la psico- sexualidad, es fundamental. Pero todavía hay más: la igualdad ante la educación de los hijos. ¿Quién tiene que educar a los hijos? Probablemente si hiciésemos encuesta en medios evangélicos, la respuesta mayoritaria sería que, fundamentalmente, son los hombres, “los padres”, los que tienen que educar a los hijos; y que así mismo son los únicos responsables para traer el dinero a su casa. No obstante, estos conceptos son ajenos al sentir bíblico.
Mucho antes que las mujeres en occidente decidiesen trabajar fuera de su casa para ayudar al mantenimiento de su familia, tenemos en la Biblia, en el último capítulo de Proverbios, algo escrito hace miles de años y verdaderamente revelador: “La mujer virtuosa”, de Proverbios 31, no es una señora que realiza la limpieza de su casa y después se sienta hacer ganchillo. La mujer de Proverbios es una mujer que trabaja, que da comida a sus hijos, que trae dinero a su hogar, que tiene negocio, que actúa, que es dinámica, que se preocupa de todos los aspectos de la vida de la familia, que tiene una proyección social y que estimula la propia creatividad de su marido y de sus hijos. Esa es la mujer “liberada” de Proverbios, esposa que está muy lejos de la mujer beata, sumisa y extraña que nos han pintado en los libros o en los sermones.
La familia cristiana tiene que ser algo distinto; para ello es necesario que Dios esté en el centro de nuestra vida como familia. La Palabra de Dios tiene que informar en conocimiento espiritual y aún cultural y científico de nuestra vida familiar. La relación sinfónica, de plena armonía; en este sentido, cuando la mujer sabe estar en el lugar donde Dios la ha colocado, no surgirán problemas de relación de autoridad. El hombre no está puesto en la familia para ejercitarse como déspota, sino para ser un canal de Dios a través del cual se favorezca la comunicación entre los distintos miembros de la familia. También los hijos deben tener una relación con los padres informada por ese mismo espíritu. Recordando unos y otros principios tan fundamentales como son los que hemos apuntado: “Dejará el hombre a su padre y a su madre”, “ya no son dos, sino uno”, “haciendo todas las cosas de mutuo acuerdo”, “compartiendo las responsabilidades” frente al problema del testimonio cristiano. Sólo así podemos ser distintos y cumplir el propósito que Dios tuvo “al principio”, cuando creó la familia”.
Recopilado.
Juan Bta. García Serna
Me encanta grande dios te siga mostrando tanta sabiduría y discernimiento de su palabra muchas gracias 😘
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