LA ESCUELA DE DIOS (1ª parte)
Juan Bta.García Serna
Un artículo recopilado, que a mi parecer, será de ayuda a todo creyente que ha puesto su fe en Jesucristo como su Salvador.
Autor:
M. González Santos
LA ESCUELA DE DIOS
Para el alumno hay tres etapas importantes: Ingreso en
la escuela, curso de estudios y examen final. ¿Qué supone para él
la escuela? Se equivoca diametralmente quien considere la escuela como cosa
liviana. Para el alumno consciente, significa esfuerzo, sacrificio,
perseverancia, entre otras cosas. Esfuerzo, porque no todas las lecciones son
fáciles de aprender; sacrificio, porque deberá imponerse ciertas privaciones es
a fin de dedicar al estudio o aprendizaje el tiempo y energía necesario;
perseverancia, para conseguir el aprobado final.
He dicho alumno consciente porque, invariablemente, en
toda escuela existen el alumno que se aplica, que se esfuerza por aprender, que
trabaja y consigue el aprobado, y el alumno que, por el contrario,
pierde el curso por negligencia y recibe probado un suspenso al final.
Los dos se matricularon y asistieron al curso, pero el examen puso de
manifiesto cuál había sido la actitud de cada uno en la escuela.
Después de esta introducción, vayamos al tema que nos ocupa:
La
escuela de Dios.
Cada cristiano, sin excepción (consideremos “cristiano”
aplicable única y exclusivamente a quienes han aceptado a Jesucristo cono su
Salvador y Señor personal), es un discípulo en la escuela de Dios, y esto
significa que, indefectiblemente, deberá pasar por las tres etapas antes
mencionadas. Es decir – y quisiera enfatizar este punto-, si en algún momento
de nuestra vida hemos dicho sí al Señor Jesucristo, en ese mismo
instante hemos hecho nuestro ingreso en la escuela de Dios, y habrá
comenzado nuestro curso de aprendizaje que terminará cuando finalice
nuestra estancia en este mundo; el examen se realizará ante “el tribunal
de Cristo”, según determina la Palabra de Dios:
“Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2Cor.5:10) “Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; por el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque, así como por fuego” (1Cor. 3:12-15). Y consultar lo que Jesús dijo en cuanto a los talentos (Mt.25:14 al 30
PRUEBAS
Ahora bien, ¿Cuál es el método que emplea el divino Maestro
para instruir a sus discípulos? Y me refiero, no al método didáctico –
llamémoslo así- cuyo contenido lo hallamos en su Palabra, sino al método práctico
para el que Dios se vale de situaciones, circunstancias sucesos, aconteceres.
Tomando como referencia la Biblia, creo que podemos resumir el método que Dios emplea para perfeccionarnos, en una sola palabra: Pruebas; que vienen a ser sinónimo de tribulaciones. El Apóstol Pablo dijo en cierta ocasión: “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hch.14:22), y pienso que es así no sólo porque la vida cristiana conlleva luchas y dificultades, sino también, y muy especialmente, porque es el único medio o método por el que podemos aprender las lecciones más importantes en la escuela de Dios. Por eso también dice Pablo a los Romanos (5:3-5), que tenemos motivos para “gloriarnos en las tribulaciones” ya que “la tribulación obre (o produce) paciencia (no pasividad, sino entereza de ánimo); aprobación (un carácter aprobado): esperanza”.
¡Cómo! ¿esperanza? Pero la tribulación – dice alguno- ¿no produce más bien desesperación? Pues no, según el método de Dios, las tribulaciones, las pruebas, tienen por objeto producir en los discípulos esperanza. Y el Apóstol Pedro, en su primera carta, enfatiza el tema de “la prueba” (¡qué poco sabemos nosotros de esto!), y dice que sirve para que nuestra fe “redunde en alabanza, gloria y honra cuando Jesucristo fuere revelado” (1Ped.1:7) Así que, por un lado, las pruebas, las tribulaciones, producen en nosotros esperanza; y, por otro lado, ayudan a que nuestra fe llegue a ser motivo de alabanza, gloria y honra para Jesucristo en su venida.
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