AGNOSTICISMO (2º)

 

Juan Bta. García Serna

(Ref. Cuadernos bíblicos 

de reflexión) 

¿Él o ello?

Pero habrá quien dirá: ¿qué derecho tenemos a suponer que el Infinito tiene

personalidad, que deberíamos, o tan sólo podríamos, pensar en términos de Él, en

lugar de Ello?

Esta objeción se puede confrontar de diversas maneras. Por ejemplo, es posible inferir

que cualquier Infinito existente ha de ser la Causa absoluta, soberana, de todas las

sustancias o gases, átomos o constituyentes finitos. Por una miríada de observaciones

conocemos que ningún efecto es mayor que su causa correspondiente, ni tan siquiera

una reacción atómica en cadena, con su correspondiente devastación. Por analogía,

entonces, ¿sobre qué base racional podríamos suponer que un efecto como el de la

personalidad (la distinción suprema del hombre mortal en el mundo animal) fue

producido por una causa que careciese de aquello que de alguna manera consiguió

producir? Quizá alguien dirá que la Evolución explica esto perfectamente, sin admitir

ninguna necesidad de una Personalidad Creadora. ¡Otra vez con datos inadecuados!

La filosofía evolucionista no deja lugar para un Dios personal, pero debemos distinguir

entre filoso fía y hechos científicos. Los hechos observables nos dicen mucho sobre los

procesos de variación, pero permanecen mudos respecto a transformismos y orígenes

últimos. Los únicos hechos científicos que tenemos son neutros, abiertos a la

interpretación cristiana o a la materialista.

 

Pero yendo mucho más allá de todas aquellas conclusiones a las que se pueda llegar o

no mediante razonamientos, tenemos el hecho de que con nuestras mentes finitas

podemos conocer del Infinito sólo aquello que al Infinito le plazca revelar. Y podemos

conocer que el Infinito es personal, no debido a ningún argumento ontológico o

teológico, sino por el hecho de que el Infinito se ha revelado a sí mismo, ejercitando en

una escala infinita los atributos de la personalidad.


Existe un Dios vivo.

Ha hablado en la Biblia. Quiere decir lo que dice, y hará todo lo que ha prometido, tanto

en misericordia hacia aquellos que ponen su confianza en Él, como en juicio contra

aquellos que se rebelan. Él se ha revelado de manera suprema en la encarnación,

crucifixión y resurrección de Su Hijo, Jesucristo. Ha actuado en la historia. De hecho, la

historia está conducida por Él, y no es en absoluto «un cuento contado por un idiota.»

Él irrumpió en el continuo espacio/tiempo creado por Él mismo, sometiéndose a las

limitaciones que Él mismo ha impuesto, y volverá a irrumpir en juicio. Él ha venido al

mundo que creó. Jesucristo ha devenido verdaderamente hombre, el Dios Hombre. Él,

que ya existía en la forma de Dios en esencia, y que no estimó el ser igual a Dios como

algo a que aferrarse tenazmente, sino que tomó la forma de un siervo, humillándose a

Sí mismo, se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (5) ¿Es razonable

rechazar el hecho de la compleja personalidad de Cristo debido a que no dispongo de

una filosofía para explicarla?

 

«He aquí el Hombre»

Charles Bradlaugh, uno de los principales conferenciantes agnósticos del siglo pasado,

insistía constantemente: «No tenemos ninguna disputa con Jesucristo, sólo con los

cristianos.» Durante Su estancia en la tierra, Sus enemigos no encontraron ningún

delito en Él, incluso a pesar de las formidables declaraciones que hizo sobre Sí mismo.

Él afirmó su autoridad para perdonar pecados y para decidir el destino total de la

humanidad. ¿Por qué fueron ellos incapaces de convencerlo de pecado? Porque jamás

pecó, ni de hecho ni de pensamiento, y porque en Él no había pecado ni en

embrión ¡Un hombre sin pecado! ¡Él único hombre sin pecado que el mundo ha

conocido nunca!

Por ello no es sorprendente que Poncio Pilato dijera: «¡He aquí el Hombre!».

Ciertamente la muerte y la corrupción no hubieran tenido ningún derecho sobre aquel

hombre sin pecado. Exactamente: No tenían ninguno. Fue por nosotros que Él murió,

voluntariamente. La muerte no tenía ningún derecho sobre Él porque Él no pecó. Él era

el Hijo Eterno, el gran Creador y Sustentador del Universo, la Causa Infinita de todas

las cosas finitas. Pero no vino a este mundo simplemente para hacernos una exhibición

de poder; vino a mostrarnos el amor en acción, así como en palabra. Sanó a los

enfermos. Confrontó los desórdenes psicológicos y espirituales que siguen dejando

perplejos a nuestros expertos. Restauró la vista, el habla y el oído. Hasta resucitó a

muertos. Su obra culminante fue poner Su vida, volviéndola a tomar (6)

 

¿Fe en qué?

Estas cosas ocurrieron en Palestina. Y se necesita menos fe para creer que sucedieron

y que fueron registradas por hombres sencillos, que creer que nunca sucedieron pero

que estos mismos hombres sencillos inventaron el maravilloso carácter de Jesús,

atribuyéndole milagros imaginarios. Negar, con Hume, la posibilidad de los milagros,

puede ahorrarnos el trabajo de examinar la evidencia, pero no es en absoluto un

camino de salida para todas las dificultades. Esta supresión plantea más cuestiones

que las que elimina. Abandonar los prejuicios y admitir la naturaleza provisional de

nuestras llamadas leyes fijas constituye una aproximación mucho más verdaderamente

científica. La mente humana tiene sus límites, y es preciso que el hombre moderno lo

admita.

 

«He hablado.»

Dios no es en absoluto incompetente. Él se puede revelar a Sí mismo. Él, que diseñó el

habla, no es precisamente inarticulado. Ipse locutus est! No es inmisericorde.

Conociendo la necesidad del hombre, Dios se ha revelado a Sí mismo. Ha revelado

partes de Su mente por medio de sus profetas. Ha proclamado tanto de su mente

como al hombre le conviene conocer, por medio de la vida y de las palabras, de los

hechos y de la muerte, resurrección y ascensión de Jesucristo, Su Hijo e imagen

expresa, quien dijo: «Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre», y, «Quien me rechaza

a mí y no oye mis palabras, ya tiene quien lo condene: la palabra que he habla do, ésta

le condenará el día postrero; porque, el Padre que me envió, él me dio mandamiento

de lo que he de decir, y de lo que he de hablar» (7)

¿Qué es lo que ha dicho Dios, al hablar de esta forma? Ha proclamado Su amor infinito

a la humanidad; no podía mostrar un amor más grande. Nos ha explicado que nos hizo

para Sí mismo, para que tuviésemos comunión con Él. Quiere que conozcamos Su

voluntad, que la hagamos aquí en la tierra y que después entremos en Su presencia

visible para compartir una comunión ininterrumpida con Él (8) Dios ha hablado de

nuestra libertad para escoger, que nos ha sido dada para que pudiésemos escogerle y

amarle, y también amarnos unos a otros con un amor real: no se trata en absoluto del

mero «cumplimiento de un deber». El hombre ha abusado de su libertad, ha perdido el

 

camino, y por esto ha perdido el contacto con Dios. Por un lado, las palabras de Dios

describen Su aversión contra el pecado, esto es: contra la autosuficiencia, rebelión,

ingratitud y soberbia; por otro lado, describen Su gran amor hacia el pecador, amor que

envió a Jesucristo a tomar el lugar del pecador —mi lugar— en la condenación debida

al transgresor. Por Su acción, el Hijo de Dios hizo posible un perdón gratuito y justo

para todo aquel que cree (9) Y seguimos oyendo su eco hoy, como lo oyó el doctor

Thomas Bilney (Padre de los Reformadores Ingleses) en su cámara, en el Trinity Hall,

Cambridge, el 1516: «Esta afirmación es cierta y del todo digna de crédito: Jesucristo

vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.» (10) Los

datos del cristianismo se centran alrededor de la muerte de Cristo. En esa muerte, Dios

ha solucionado la cuestión del pecado.

 

¿Estamos dispuestos?

Pero es que yo no creo que Dios haya hablado», objeta alguien: «Nunca lo he oído

hablar.» El no haber escuchado una transmisión no demuestra que no exista.

Abandonar una conferencia no es lo mismo que el que una conferencia no haya sido

dada. ¡El hecho de que fuimos a una conferencia, pero no entendimos ni media palabra,

no demuestra que el conferenciante no sabía de qué hablaba! Y el hecho de que

hayamos descuidado la Biblia y no hayamos extraído gran cosa de la pequeña sección

que hubiésemos leído, no quiere decir precisamente que Dios no ha hablado en la

Biblia.

Hay una inmensa diferencia entre quemarse las cejas antes de un examen en un curso

de religión, y leer para escuchar lo que Dios nos haya de decir. La principal dificultad

en esto último reside en el reino de la voluntad, más que en el de la inteligencia.

Hemos de estar dispuestos a hacer lo que Dios dice cuando lo escuchamos (11) Pero

con mucha frecuencia nos desviamos por nuestros propios caminos, y volvemos a

desviarnos una y otra vez. Y no queremos que el cristianismo interfiera con nuestro

propio programa. ¡Inconscientemente demostramos que la Biblia dice la verdad en una

cuestión principal, porque ésta es la imagen que la Biblia nos muestra del hombre, no

la perspectiva utópica y progresista de la reciente filosofía humanista!

 

La evidencia

«Pero», protestamos nosotros, «tenemos miedo de confiarnos totalmente a alguien de

quien sabemos tan poco.» La ignorancia puede parecer una excusa plausible, pero no

es necesario permanecer en la ignorancia. Los datos están a nuestra disposición:

evidencia histórica de los hechos sobre Jesucristo, evidencia literaria por lo que

respecta a los documentos que registran los hechos, evidencia psicológica respecto a

Sus discípulos, y evidencia experimental respecto a nosotros mismos, tal como somos

ahora y tal como podemos llegar a ser en contacto con Él.

Todas estas ramas de estudio están abiertas a nuestra investigación más cuidadosa.

Pero, ¿cuáles de estas aproximaciones habrían de emprender el no especialista para

empezar? Cosa bien extraña, la respuesta es: ninguna. Pueden ser muy útiles y

provechosas más adelante, pero habríamos de empezar por la más importante de

todas las evidencias, la que tiene que ver con la identidad de Jesucristo. Él es el dato

básico del cristiano. Ninguna convicción de segunda mano nos podrá dar satisfacción

aquí. Nos es posible conocer, de manera personal, que el profeta de Nazaret era y es

el Hijo de Dios.

 

Un pequeño documento, inspirado por Dios, fue redactado por el Apóstol Juan. Fue

escrito de manera especial para aquella gente que no están seguros de que Jesús es

el Cristo, el Hijo de Dios, y que por esto mismo tienen miedo de confiar en Él. Hay

muchos que han visto como sus prejuicios y su escepticismo se deshacían al leer este

documento. Mi padre fue llevado del escepticismo judío a la fe cristiana mediante la

 

lectura del Evangelio escrito por Juan, actuando en consecuencia a lo que leía. Se

podría citar una multitud innumerable de otros ejemplos.

Así replicó uno de los más antiguos escépticos, Tomás el Dídimo, al anunciar le sus

compañeros que habían visto a Jesús otra vez, resucitado: «Si no viere en sus manos

la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano

en su costado, no creeré.» Juan registra que, confrontado con el Cristo resucitado,

Tomás cayó a sus pies exclamando: «¡Señor mío, y Dios mío!» (12)

 

Anticipó que sus lectores podrían decir: «¡Esto ya le estuvo bien a Tomás! ¡Claro que

él podía creer, confrontado con una evidencia semejante! ¿Y por qué no tenemos

nosotros otras evidencias parecidas? Intentar creer sólo sirve para intensificar nuestras

dudas.» La respuesta a las dudas son los hechos, y aquí, dice Juan, tenemos los

hechos. Exponte a ellos. Dios te habla por medio de ellos. Léelos y vuélvelos a leer,

como si tu vida dependiese de esto; porque, en el sentido más profundo de todos, así

es. Aquí se encuentra el secreto de la vida eterna (13) Descuidar el secreto es

descuidar la vida.

Pero mientras lees, ten en mente que no estás simplemente estudiando un tema

cualquiera. Un Dios viviente que puede dar satisfacción a los anhelos del corazón

humano no es, por cierto, un sujeto meramente pasivo de la investigación humana. Por

muy escéptico que seas, seguramente que podrás decir: «Oh, Dios, si hay Dios,

muéstrame la verdad sobre ti mismo mientras leo.»

 

Algunos podrán decir que han leído este Evangelio y que no han encontrado nada. Aún

he de encontrar una persona así que no esté decidida a no encontrar nada. Dios da luz

a los que estén dispuestos a obedecerla; pero no condescenderá a dar satisfacción a

nuestro intelecto con relámpagos de iluminación irrelevante. Si estás dispuesto a hacer

la voluntad de Dios, perseverando en la lectura, vendrás a ser consciente que estás en

la presencia de una personalidad real, viviente, que se evidencia a Sí misma como

absolutamente digna de confianza. Él te llama a que te vuelvas de una vida centrada

en el Yo, y de los ídolos del materialismo moderno (14) , y a que confíes en Él,

siguiéndole hasta el fin. Él nos pide nuestra adhesión, no nuestra admiración.

 

Muchos científicos contemporáneos han perdido el camino al pensar que han sido

puestos sólo para ser amos de la naturaleza, mientras que su naturaleza podía quedar

sin estar dominada, debido a su descuido en no venir a ser servidores de Dios el

Creador de la naturaleza. ¡Qué contraste con Kepler! «Yo pienso los pensamientos de

Dios después de Él», afirmó. Y con Sir James Simpson: «El más gran de

descubrimiento que nunca hice es que yo era un gran pecador, y Cristo un gran

Salvador»; y con Sir Ambrose Fleming: «No hemos de edificar sobre las arenas de una

ciencia incierta y siempre cambiante sino sobre la roca de las Escrituras inspiradas.»

La multitud de científicos escépticos que nunca han abierto sus ojos a la verdad de

Dios no tienen mayor peso que el testimonio de un hombre que se ha humillado y ha

llamado a Dios para recibir entendimiento, y que ha encontrado la verdad de

Jesucristo.

 

El engaño es impensable

Si aún persistimos en decir que Dios es incognoscible, entonces estamos obligados o

bien a negar la historicidad de los datos sobre Jesucristo o, si se aceptan los registros

como verdaderos, a calificarlo como un engañador sin principios. También nos vemos

obligados a ignorar de plano o a calumniar el testimonio de sesenta generaciones de

cristianos (muchos de los cuales han sufrido la muerte antes de negar lo que han

conocido como verdadero), y el testimonio de los cristianos contemporáneos de todas

 

las naciones y clases, de todos los grados académicos, en todos los niveles de vida

universitaria, y en todas las ramas de la ciencia, de que Dios es fiel a Su promesa (15)

Podemos negar los hechos sobre Jesucristo y continuar identificando la ignorancia con

la inexistencia objetiva o inaccesibilidad de los datos, suprimiendo factores que no

convienen a nuestra teoría. Pero es imposible ser racionales y a la vez mantener

nuestro agnosticismo dogmático. Cualquier método alegado para derribar la base

factual de la fe cristiana, invalidaría de la misma forma todos los otros hechos

históricos. Un método así puede siempre volverse contra sí mismo, para convertir sus

propios principios en incertidumbre.

 

Dios puede ser conocido

Somos libres para decir que no conocemos a Dios, y que no queremos conocer a Dios,

sino que preferimos vivir sin Él (y esto es precisamente la esencia del pecado); pero

esto no nos da ningún derecho a decir que Dios no puede ser conocido. Dios puede

ser conocido, no como una pieza de música, o como un libro, una fórmula, localidad o

sensación, sino como una Persona viviente. Podemos entrar en relación con Él. Las

condiciones para la relación están claramente expuestas en el Nuevo Testamento. Nos

conviene confesar nuestra necesidad y recibir a Jesucristo como la respuesta a esta

necesidad. Debemos admitir la verdad de Su diagnóstico sobre nuestro desorden, que

se ha extendido por toda nuestra sociedad, y conviene que nos sometamos a Su

tratamiento recibirlo a Él, recibimos una nueva vida y experimentamos el milagro del

nuevo nacimiento que se describe en Juan 3. Según Dios nos vaya hablando a lo largo

de la Biblia, las dudas que puedan permanecer sobre los milagros se van deshaciendo,

y le respondemos con oración y acción de gracias. Pasamos de la muerte espiritual a

la vida espiritual, y la vida terrenal comienza a adquirir una nueva dimensión. Esto no

quiere decir, sin embargo, que en esta relación tenemos «todas las respuestas». Una

de las características de un hombre en esta relación es que tiene el mayor deseo de

mostrarnos que no es por esto mismo un sabelotodo.

Hay un número de cuestiones sobre las que es profundamente agnóstico. El origen del

mal, el momento exacto del primer fiat creativo, la fecha del juicio venidero sobre todos

los hombres, su propio futuro de aquí a doce meses. Sobre todas estas cuestiones es

tan agnóstico como lo es sobre la opinión que sus examinadores eternos tendrán de

sus exámenes finales aún no escritos. Su confesada certeza no lo coloca en el paraíso

de los necios que se jactan de una pretendida omnisciencia. Es consciente de sus

limitaciones, como también de su ignorancia. Lo que ignora no paraliza su capacidad

de investigar en el reino de lo ignoto, pero no descansa en el intelecto, sin ninguna otra

ayuda, para traspasar el velo. Tampoco se siente amargamente frustrado cuando llega

a una barrera infranqueable, y ha de hacerse eco de las palabras de Moisés: «Las

cosas secretas son reservadas a Jehová, nuestro Dios, pero las reveladas son para

nosotros y para nuestros hijos para siempre” (16) “Ahora conocemos en parte, pero

viene el día en que conoceremos plenamente, así como nosotros mismos somos

plenamente conocidos” (17)

 

Después de escuchar una conferencia que incorporaba mucho del material que se

encuentra en este artículo, Sir Hector Hetherington, Rector de la Universidad de

Glasgow, hizo las siguientes y significativas observaciones: Existen cuestiones en las

cuales es imposible ser neutral. Estas cuestiones llegan hasta las mismas raíces de la

existencia del hombre. Y mientras que es correcto que hemos de examinar toda la

evidencia, también es igualmente correcto que nosotros mismos hemos de ser

accesibles a la evidencia. No podemos vivir una vida plena sin saber exactamente

dónde estamos con respecto a estas cuestiones fundamentales de la vida y del

destino. Y, por eso, nosotros hemos de decidir por nosotros mismos, y vosotros habéis

de decidir por vosotros mismo (18) Y aquello que decidamos, lo hemos de dar a


conocer. Dice Jesucristo: «Todo aquel, pues, que me reconozca delante de los

hombres, también yo lo reconoceré delante de mi Padre que está en los cielos; y todo

aquel que me niegue delante de los hombres, también yo lo negaré delante de mi

Padre que está en los cielos» (19).

 

Notas

1. Memoirs of Stephen Grellet, Seebohm, Ed. 3a edición (1870), págs. 74 75. 2. Lucas

11: 9, 10. 3. Jeremías 29: 13. 4. Romanos 1:18 22. 5. Ver Filipenses 2:6 8. 6. Romanos

5:6 8; Juan 10:10 18; 19:1 37; Mateo 20:28. 7. Juan 14:9; 12:48 49. 8. La antítesis de

«la eternidad de frustración» de Hoyle. 9. Ver Frank Colquhoun, The Meaning of the

Cross (London, Inter Varsity Fellowship) y H.E. Guilleband, Why the Cross? (Chicago,

Inter Varsity Press). 10. 1 Timoteo 1:15. 11. Juan 7:17 12. Juan 20:24 31. 13. Juan

3:15 16; 5:24; 10:28. 14. Hechos 14:15 16; 17:30 31. 1 Tesalonicenses 1:9 10. 15. Ver

Juan 1:12; 6:37; Apocalipsis 3:20. 16. Deuteronomio 29:29 17. 1 Corintios13:12 18.

Ver Josué 24:15; Juan 3:36 19. Mateo 10:32 33. © L e i t h S a m u e l Versión

castellana: Francesc Closa ©1950 por Inter Varsity Fellowship, England. Todos los

derechos reservados. © de la traducción 1998, SEDIN, Servicio Evangélico de

Documentación e Información. Usado con permiso.

 

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