AGNOSTICISMO (1º)

 

Juan Bta. García Serna

Recopilo un artículo que, a mi parecer, será de interés para todos/as aquelos/as que tengan dudas agnósticas. 

(Ref. Cuadernos bíblicos

de reflexión) 

LA IMPOSIBILIDAD AGNÓSTICA

 Introducción

El Profesor T. H. Huxley introdujo la palabra agnóstico en 1869 en el círculo de la ahora inexistente Sociedad Metafísica. Escribiendo un tiempo más tarde, dijo: «Cuando llegué a la madurez intelectual y comencé a preguntarme a mí mismo si yo era ateo, o teísta, panteísta, materialista, idealista, cristiano, o librepensador, encontré que cuanto más aprendía y reflexionaba, tanto menos seguro me sentía sobre la respuesta, hasta que por fin llegué a la conclusión de que no tenía nada que ver con ninguna de estas denominaciones, excepto con la última. La mayoría de esta buena gente, estaban bien seguros de que habían experimentado una cierta “gnosis”, y que habían, de una manera más o menos satisfactoria, solucionado el problema de la existencia; en cambio, yo estaba bien seguro de que no había alcanzado esto, y tenía una convicción bastante intensa de que el problema era irresoluble. La mayoría de mis colegas en la Sociedad Metafísica eran “istas” de uno u otro tipo por lo cual medité e inventé lo que concebí como el título apropiado de agnóstico. Me vino a la mente como algo sugerentemente antitético de los “gnósticos” de la historia de la iglesia, que profesaban conocer tanto sobre las mismas cosas que yo ignoraba; y aproveché la primera ocasión para exponerlo a nuestra Sociedad. Y para gran satisfacción mía, el término fue aceptado.»

Un agnóstico

Una definición actualizada de un diccionario normativo define como agnóstico a «uno que niega que podemos conocer lo absoluto o lo infinito, o demostrar o falsar nada más allá de los fenómenos materiales del universo, aun cuando tales cosas puedan existir.» También se define el agnosticismo como «la doctrina de un agnóstico.» Pero no es infrecuente que la derivación etimológica y el uso moderno de una palabra puedan variar. Muchos de nosotros somos conscientes del cambio radical que ha tenido la palabra «álgido» en castellano, desde significar el punto más bajo y frío de una cosa hasta significar el más candente y activo. La palabra agnóstico también ha sufrido a manos de sus usuarios. En el mundo estudiantil, muchos utilizan este adjetivo para referirse a ellos mismos en un sentido absoluto o condicionado, pero es evidente que le atribuimos unos significados muy diversos. No hay que poseer un gran discernimiento para observar al menos tres categorías o grupos diferentes de agnósticos. De los dos primeros hay que admitir que son unas posturas perfectamente racionales en las que una mente lógica puede encontrar una consistencia provisional. Pero no se puede decir lo mismo de la tercera que implica una mayor inhibición que cualquiera que pueda ser resuelta pro tempore. Ahora bien, hay ciertos factores que, cuando entran en nuestra conciencia, hacen imposible que podamos mantener ninguna de estas posiciones por más tiempo. Es en este sentido que hablamos de «la imposibilidad del agnosticismo».

1. El Agnóstico Indiferente

Este grupo, el primero en el orden de nuestra consideración, se caracteriza por una ignorancia satisfecha, casi retadora. La actitud de una persona con esta disposición mental encuentra expresión en frases como «No lo sé, y francamente no me preocupa nada. Estoy perfectamente feliz tal como soy, y no dispongo de tiempo para perderlo con gente que quiere interferir con los placeres de otras personas.» Si no fuese tan educado, podría añadir, frívolamente: «Vete a freír espárragos»; o, de manera seca: «Ocúpate de tus asuntos y yo me ocuparé de los míos.» Pero su actitud difícilmente puede ser interpretada como una negación de la existencia o validez de los hechos que no ha investigado de una manera personal. Todo lo que podemos decir es que lo deja todo de lado como absolutamente irrelevante.

2. El Agnóstico Insatisfecho

Esta persona es ignorante, y cuanto mayores conocimientos tiene, más angustiada se encuentra frente a su ignorancia. Ninguna otra rama del conocimiento le ha rehuido como ésta. Al conversar con alguien que afirme tener un conocimiento, responde: «No lo sé, pero estoy dispuesto a investigar. No tengo ni idea ¿Tú sí? Entonces dímelo. Probaré cualquier cosa una vez.»

Naturalmente, se ha encontrado con personas religiosas de conducta inconsecuente, cuyas vidas no soportan ninguna comparación con la de algunos filántropos materialistas. Pero, por la razón que sea, ¡el materialismo no le atrae como solía hacerlo en los tiempos en que pensaba que era infalible y omnisciente, y que ya había llegado «al fondo del asunto»! Aunque hace grandes esfuerzos de vez en cuando para olvidar los enigmas de la vida, la verdad es que quiere encontrar respuestas a preguntas como «¿Por qué estamos aquí?» o «¿Dónde vamos cuando salimos de aquí?», sin perder su interés en el «¿Cómo funciona?» o «¿Podemos desmontarlo y analizarlo...?» Ya no se encuentra atrapado por la falacia de que una descripción es una explicación (una falacia tan frecuentemente ignorada en la enseñanza popular de la teoría de la evolución). La aceptación crédula de esta teoría lo había llevado anteriormente a dejar de lado el concepto de un Creador que da comienzo a todo, con total libertad para intervenir en el mundo que él mismo creó.

3. El Agnóstico Dogmático

Aquí tenemos la persona sobre la que ha caído el manto de Tomás Huxley. Afirma que no podemos saber nada de Dios ni del mundo sobrenatural. Nadie puede conocer ni probar nada fuera del mundo material. Asegura llanamente: «Yo no lo sé. Tu no lo sabes. Nadie lo puede saber.» Esta persona no es «indiferente». Se toma su agnosticismo más seriamente que muchos cristianos el cristianismo. Y su vida externa podría avergonzar a muchos cristianos profesantes con los que se le comparase.

Factores racionales

Naturalmente, los factores que hacen posible hablar racionalmente en términos de la «imposibilidad» del agnosticismo varían con cada posición. Tomemos la primera. Llega un día en que los más despreocupados comienzan a preocuparse intensamente. La proximidad de la muerte hace que el más ardoroso seguidor de los placeres se detenga a pensar. Voltaire, que ha iniciado a tantos en el arte de ridiculizar cualquier cosa que asegure ser sobrenatural, chillaba en su lecho de muerte: «Oh Dios, sálvame. Jesucristo, sálvame. Dios, ten misericordia de mí.» Thomas Paine, el autor de La Edad de la Razón, nos da otro ejemplo. Durante su última enfermedad fue constantemente asistido por Mary Roscoe, de Greenwich, New York. Él le preguntó si no había leído nunca alguno de sus escritos. Cuando le dijo que sólo había leído un poco, le preguntó cuál era su opinión sincera, añadiendo: «de una persona como usted espero una respuesta verdadera». Ella le dijo que cuando era muy joven le habían dado su libro La Edad de la Razón, pero que cuanto más lo leía, más deprimida y angustiada se sentía, por lo que acabó arrojándolo al fuego. «Desearía que todos hubiesen hecho como usted», le contestó él, «porque si nunca el diablo ha tenido parte en alguna obra, ha sido en que yo escribiese este libro.» Mientras ella cuidaba de sus necesidades, le oyó decir una y otra vez con gran intensidad: «¡Oh Señor, Señor Dios!» o «¡Señor Jesús, ten misericordia de mí!» Hay buenas razones para creer que unas retractaciones por escrito de sus anteriores ideas fueron destruidas por sus antiguos amigos después de su muerte” (1)


Continuará. 

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