LA ESCUELA DE DIOS (2ª parte)

Veamos, además, algunos ejemplos en la Biblia: José llegó a ser “puesto sobre la tierra de Egipto” (Gén.41:41) a través de un camino de pruebas y grandes sufrimientos. Fue aborrecido (37:4,8), abandonado (37:24), vendido (37:28), calumniado (39:14-14-18), encarcelado (39:20) y olvidado (40:23)

El cambio operado en el carácter y personalidad de Moisés, que hallamos contrastando Éxodo 2:12 con Números 12:3, se produjo, sin duda, por la prueba a que fue sometido durante 40 años en Madián.

Y es en medio de un terrible sufrimiento que Job está listo para escuchar la voz de Dios y, después, pronunciar la estupenda confesión que nos registra en 42:1-6

Pablo mismo, a quien ya hemos citado, aprendió una importante lección a causa de una tribulación: Que el “poder de Cristo” sólo “se perfecciona en su propia debilidad” (“Cor.12:9)

EL DECCHADO

Pero no podemos dejar atrás el ejemplo por excelencia que nos registra la Biblia: Jesucristo. Y, al llegar aquí, no tenemos más remedio que pararnos, cerrar nuestros ojos y permanecer absortos ante tal maravilla, sin entender apenas. Heb.4:14 dice: “tenemos un sumo sacerdote que puede compadecerse de nuestras debilidades, porque fue tentado (probado) en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”. Ya Isaías le había calificado varios siglos antes de su venida de “varón de dolores” y “experimentado en quebranto”.  La clave o el por qué de todo ello lo encontramos en Heb.5:8,9. Tenía que aprender lo que era la obediencia, y no había otro camino que el padecimiento. Tenía que “perfeccionarse” en la escuela de Dios, para “llegar a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen”. No había otro camino, no había otro método.

Y, para nosotros, hoy, tampoco hay otro camino, tampoco hay otro método. Dios no ha cambiado su plan de instrucción, sigue aplicando el mismo método que utilizó siempre; continúa siendo requisito indispensable para el discipulado ir en pos del Maestro, llevando nuestra propia cruz (Lc.14:27); no hay posibilidad de remodelaciones en la escuela de Dios.

Preguntémonos, entonces: ¿Hacemos bien cuando, en medio de la prueba o tribulación, clamamos al Señor para que haga pasar de nosotros el trago amargo? ¿No deberíamos, más bien, reconocer la soberanía de Dios y demandar de Él la gracia y el poder necesario para “soportar la prueba”, a fin que ésta cumpla totalmente su propósito en nosotros? Esta fue, precisamente, la actitud de la iglesia en Jerusalén, y el resultado fue una asombrosa respuesta por parte de Dios (Hch.4:23-31) demás de lo expuesto, hay muchos textos bíblicos de ánimo que nos indican a que pidamos para recibir, lo que en la voluntad de Dios está disponible para nosotros, lo escrito en cursiva es mío.

En consecuencia, pues, ¿cuál es nuestra actitud en la escuela de Dios? ¿Estamos perdiendo el curso de nuestra negligencia, porque nuestro interés está centrado en nuestras cosas y no en los “negocios” del Padre, con la consiguiente descalificación ante el tribunal de Cristo? ¿0, por el contrario, somos discípulos conscientes que nos esforzamos por aprender todo lo que Dios quiere enseñarnos?; que estamos dispuestos al sacrificio que representa privarse de todo lo que “siendo lícito no conviene” a nuestro aprendizaje, ¿y qué perseveramos, lección tras lección, hasta el final del curso?

Sólo así podremos hacer nuestras las palabras de Pablo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardo la fe, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo” (2Tm.4:7), y recibir, por fin, el aprobado del Maestro: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor (Mt.25:21,23)

“PROCURA CON DILIGENCIA PRESENTARTE A DIOS APROBADO”

 (2Tm.2:15)

                                        (Ref. “Edificación Cristiana” *1983)

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